jueves, 3 de mayo de 2018

Rebelión intelectual


Intelecto

La gran rebelión pendiente es la rebelión intelectual.

Todas las revoluciones auténticas, de hecho, empiezan con una rebelión:
la Toma de la Bastilla, el Octubre Rojo, el mayo del 68. 

La mayor parte de las rebeliones empiezan con una matanza, o un asesinato, o la destrucción de edificios notables o enseres valiosos. 

Muy pronto se convierten en revoluciones sangrientas, inhumanas. A veces el baño de sangre no se produce al inicio, sino al final. Es el caso del pobre Gandhi, que vio cómo su rebelión pacífica acababa en las brutales masacres que sucedieron a la partición de la India. 

Parece evidente que la única rebelión que no provoca una Némesis horrenda es la rebelión intelectual.

Rebelarse intelectualmente no es fácil. Lo que se rebela es el intelecto, una habilidad humana usualmente atrofiada. El pensamiento humano es semejante a una caja de herramientas y el intelecto es una de esas herramientas. 

Su uso experto es el resultado de un largo aprendizaje, asociado obviamente a la lectura. Leyendo se cultiva el intelecto, aunque esto no significa que leyendo disfrutemos más de la vida. No se cultiva el intelecto para ser felices, sino para ser libres.

Luego, si acaso, somos felices porque somos libres, pero no necesariamente.

Quien busque la felicidad, de hecho, no debe cultivar el intelecto. Los simples
de espíritu suelen disfrutar de la bienaventuranza.

La libertad de espíritu no es otra cosa que la libertad intelectual.

Es una forma de libertad sin pautas ni guión previo. 

Uno se libera intelectualmente cuando se libera.

De pronto, dice no y sabe porque lo dice. No a esto, y a esto, y a esto, y a lo otro.

Cada no es, a la vez, un sí. Los que osan liberarse de este modo parecen arrogantes.

¿Cómo se atreven a decir no cuando todos dicen sí? ¿Cómo se atreven a decir sí cuando todos dicen no? La liberación intelectual es incómoda, no favorece en absoluto el trato social.

El que se libera es un Cándido volteriano que provoca pequeñas catástrofes
a su alrededor. A nadie le gusta tratar con un liberado intelectual. Suscitan un
poco de prevención, de miedo o, incluso, de repugnancia. 

El liberado intelectual es un Gregor Samsa para el común de los mortales. 

Su presencia molesta, abruma,irrita, entorpece el normal discurrir de las cosas.


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