“Maestro, son plácidas todas las horas que nosotros
perdemos, si en el perderlas, cual en un jarrón, ponemos flores. No hay
tristezas ni alegrías en nuestra vida. Sepamos así, sabios incautos, no
vivirla, sino pasar por ella, tranquilos, plácidos, teniendo a los niños por
nuestros maestros, y los ojos llenos de Naturaleza… Junto al río, junto al
camino, según se tercie, siempre en el mismo leve descanso de estar viviendo.
El Tiempo pasa, no nos dice nada. Envejecemos. Sepamos, casi
maliciosos, sentirnos ir. No vale la pena hacer un gesto. No se resiste al dios
atroz que a los propios hijos devora siempre. Recojamos flores, mojemos leves nuestras manos en los
ríos calmos, para que aprendamos calma, también. Girasoles siempre mirando al
sol, de la vida nos iremos tranquilos, teniendo ni el remordimiento de haber
vivido.”
Y pensé que de lo viejo siempre puede nacer algo nuevo, que
la vida nace en el lugar más insospechado y de la manera más bella, y que tan a
menudo lo hace con una serenidad y lentitud implacable que los humanos
deberíamos aprender. Regalando belleza, comprendiendo y no estorbando,
disfrutando de lo mejor y dando también lo mejor cuando llega lo peor, como lo
hace el árbol, como lo hace la flor que, en su muerte, deviene fruto y semilla,
como lo hizo esta pequeña flor y sus hermanas.
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