viernes, 7 de junio de 2019

El Animal Rumiante


Cuando estamos en carnaval, una festividad que perdura como las flores silvestres, sin importarle en absoluto el clima adverso que desde los tiempos del paganismo ha debido soportar, pase lo que pase, cualesquiera sean los pronósticos, “los diablos se sueltan en carnaval” y la alegría y el desenfreno toman cuenta de nuestras almas en pugna, que se debaten entre lo “diabólico y carnal”  y  lo “sensual y sublime”

Carnaval, para nosotros suena como: primavera, verano, otoño, invierno, navidad, año nuevo, etc. hitos que marcan nuestro pasaje por la vida, como tantos otros que nuestra mente registra y acondiciona en el recuerdo según la profundidad de su huella emotiva.

La sucesión de experiencias de vida van dando forma a nuestro “yo” y su hilo conductor nos lleva a ser lo que “sentimos que somos” en nuestro fuero íntimo, en lo más recóndito de nuestro ser, allí, donde el “yo” y el “ser” se interrelacionan para darnos una expresión exterior, la que se suele identificar como: carácter o personalidad.

El conflicto a superar, es aquél que surge cuando el “yo” que percibimos, no concuerda con lo que pensamos que “deberíamos ser” ya sea esta sensación, el fruto de una severa autocrítica,  o lo que captamos desde el exterior, las señales enviadas por aquellos que conforman el entramado social en el cual transcurre nuestra existencia.

Es allí, en el fuero íntimo de cada uno, donde se realiza el “proceso digestivo”  de nuestras experiencias de vida, veamos:

Cuando yo era un niño escolar, participé, a la par de mis demás colegas de clase, de una exposición cuyo tema versaba en “el proceso digestivo de los rumiantes” y como vivíamos en el campo y nuestras familias tenían vacas lecheras, la disertación derivó forzosamente, a nuestras vacas y su condición de rumiantes, confieso que tal situación, la para mi nueva faceta de nuestras vacas, me resultó, en principio un tanto cómica y comencé a reírme y hacer algunas bromas con los demás niños de la clase.
Cuando la docente dio por finalizada la clase, todos los niños se apresuraron a salir a jugar al patio de la escuela, es decir, todos menos el suscrito, la maestra me detuvo en seco, los métodos pedagógicos de la época lo permitían, me tomo de una oreja, me sentó en la mesa de estudio y me dijo que debía escribir “quinientas veces” la frase: “la vaca es un animal rumiante”.

De manera que me considero con la suficiente autoridad como para referirme a este tema, máxime, cuando aquella lección me ha dejado una profunda enseñanza.

Mientras me dolían y acalambraban los dedos de mi mano derecha, de tanto repetir la misma frase, en realidad no tengo la menor idea de cuántas veces lo hice, pues la maestra consideró suficiente castigo las cinco o seis hojas escritas, ella, mi maestra, me explicó en forma clara y sencilla, el proceso del rumiado y sus resultados, en la nutrición de este noble animal.

La vaca se alimenta, es decir, come pasto, alfalfa, ración, bebe agua, etc. y luego busca un lugar, se echa y comienza  el proceso de rumiado, rumiar implica volver a masticar, una y otra vez, el alimento ingerido, esto le permite extraer todas las propiedades nutrientes del alimento.

Este proceso, una vez aprendido, en aquella inolvidable lección escolar, es el que aconsejo aplicar en nuestras vidas, no tengo ninguna duda, que la criatura humana, debería rumiar, una y otra vez, sus experiencias de vida, volver a evaluar los acontecimientos, tantas veces como fuese necesario, para extraer de los mismos, la mejor de las conclusiones posibles.

Cuando hablamos de experiencias de vida, la propia palabra nos lleva etimológicamente al concepto de experimento y me pregunto: acaso experimentar no es rumiar? No es pasar por distintas etapas un proceso hasta alcanzar un resultado? La experiencia adquirida es aquella que nos permite conducirnos con seguridad por la autopista de la vida, algunos la adquieren y la utilizan, otros, quizás la gran mayoría de los mortales, se comportan como si estuviesen en un parque de diversiones y suben al volante de los “autitos chocadores” hasta que se les termina el boleto,  entonces descienden de sus vehículos y manifiestan doloridos, que dura que es la vida.

En fin, así las cosas, pero como dije al comienzo, estamos en carnaval, y en esta fecha se suelta todo, la mente, el cuerpo, la alegría autentica de quién la disfruta, y la fingida, aquella que se busca encontrar en la falsa sonrisa y que aflora descontrolada luego de algunas ingestas de alcohol, para algunos es simplemente beber hasta obnubilar los sentidos, para otros, es beber y consumir algo más, es intentar alcanzar una quimera, acallar frustraciones que lastiman, esas que en lugar de esfumarse, se aferran con sus garras en lo profundo del alma, bien adentro, donde intenta esconderse ese “yo” interior, que por momentos confunde la conciencia y se parece más a “un me parece que yo soy” les invade la fantasía por algunos instantes de anhelada evasión, hasta que la incertidumbre vuelve, y les deja solos nuevamente, indefensos , frente a sus miserias de siempre.

Otros que se suelen soltar, son los fantasmas, los que no vemos pero sí nos hacen sentir su presencia, ellos juegan a la ronda, tomados de la mano, con “con nuestros miedos, nuestras aprensiones, con nuestros “que dirán” con los “pecados” que hemos ocultado presurosos “debajo de la alfombra” sus ruidos y desenfado sacuden de tal forma nuestra mente cual si fuese un terremoto, y todo, absolutamente todo, se entrevera cual mazo de barajas en manos del destino, y se suman a la ronda todos los episodios de vida que nos han dejado su huella indeleble desde la lejana niñez hasta nuestros días actuales
.

Entonces, no les queda otra, que la de reír, reír, cantar y saltar, sacar a pastar “nuestras burradas”  en el prado del desenfreno, y en plena algarabía, les llegan, como de muy lejos, las estrofas de alguna vieja canción:  “ Ay que beber, bebiendo se es feliz, ésta va por mí, la otra por usted, ¡viva la alegría y el amor!”.

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