miércoles, 12 de junio de 2019

El Ombligo Del Universo

Cuánto más avanzamos en conocimiento, cuánto mayores  sean nuestras vivencias, mayor será nuestra soledad, las nuevas dimensiones que percibimos nos inhiben la posibilidad de una buena comunicación, existe una ausencia absoluta de modos de comparación, de equivalencias y, sobre todo, nos resulta demasiado cruel despojar a nuestros seres queridos del manto sobreprotector de la ignorancia en la cual persisten, sin duda, el “árbol de la ciencia del bien y del mal” continúa en las garras del pecado y la sutil suspicacia de la serpiente milenaria.

El hombre actual ya no discute las probabilidades de la existencia y pluralidad de mundos habitados, concepción que ayer era considerada absurda por la mayoría de los gobiernos y determinadas Religiones; casi se puede afirmar que hoy sabe, o presupone, que tales mundos existen y que el Universo está lleno de distintos “mundos habitados”.

Es más, lo que parece inadmisible en nuestros días, es creer que sólo la Tierra (minúsculo átomo que ocupa un insignificante lugar en la inmensidad del espacio sideral) pueda ser el único y exclusivo representante de manifestación de vida inteligente. El nuestro es, sencillamente, uno más de los incontables mundos que pueblan el Universo; aunque sea el más importante sólo para nosotros. Y el alcance y grado intelectivo que demuestra tener el hombre no puede ser otra cosa que una de las tantas manifestaciones de vida, diseminadas con infinita profusión por el área inconmensurable del “Gran Todo”.

Somos, simplemente, parte integrante de un TODO, cuyas infinitas posibilidades jamás será capaz de comprender ni precisar la mente humana.

No sería lógico, en consecuencia, que por vanidad, ignorancia u ocultamiento, continuáramos creyendo ser los únicos depositarios del más preciado de los dones existentes, como lo es la posesión de facultades tan excelsas como la vida y la inteligencia; muy por el contrario, la verdad más absoluta es que existen infinidad de mundos habitados diseminados por todo el Cosmos inconmensurable.

La libertad de vivir por uno mismo, es decir, una vez que las circunstancias nos han abierto las fronteras impuestas al pensamiento socialmente permitido nos pone en la disyuntiva de continuar al abrigo protector de nuestro entorno o tomar la decisión de “pagar el precio” que impone el vivir a la intemperie.


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