La vida está llena de sutilezas que pasamos por alto o banalizamos. Sin
embargo, son esas sutilezas las que nos hacen reflexionar y ponernos a prueba.
En estos tiempos de incertidumbre que vivimos, es más importante que nunca
hacer aflorar ese lado delicado de nosotros mismos, a nivel de pensamientos, de
emociones y sensaciones. Es nuestro aliado más valioso, el que nos da las
claves para superar los miedos y volver a confiar en la vida. Tenemos que
recuperar esa delicadeza que nos humaniza y glorifica, que nos permite sentir
toda la belleza que nos rodea.
Atreverse a sentir
La vida consciente es para valientes. Requiere quitarse la armadura,
estar dispuesto a conocerse, atreverse a nadar en aguas profundas para hallar
las respuestas que están dentro de nosotros mismos y afloran a nuestra
conciencia. Paradójicamente, en un intento fallido de evitar el dolor, nos
hemos ido endureciendo cada vez más. Hemos bloqueado nuestra sensibilidad,
cuando lo que más sufrimiento nos causa es, precisamente, desconectarnos de
ella.
El trabajo de autoconocimiento requiere todo nuestro coraje y sinceridad
para producir esa renovación interior que nos permite evolucionar, ser más
coherentes con nuestra esencia y con nuestros actos. Es imprescindible tomarse
tiempo para reflexionar en profundidad acerca de quiénes somos, en qué momento
de nuestra evolución estamos y de qué manera podemos acceder a una visión
global, más actualizada y real de nosotros mismos. Solo así podremos afrontar
los desafíos que nos plantea la vida.
Los grandes enigmas existenciales
¿Quién soy?, ¿qué hago aquí?, ¿qué sentido tiene mi vida?, ¿por qué no
puedo ser feliz?, ¿por qué tengo miedo?, ¿por qué enfermamos?, ¿qué ocurre
después de la muerte? Esas preguntas que se hace todo buscador de la verdad son
las que centran el debate de los seminarios y a las que cada uno podrá ir dando
respuesta a lo largo del mismo. La finalidad de este trabajo es tomar
conciencia de la naturaleza de nuestros miedos para trascenderlos, adentrarnos
en nuestro dolor esencial para liberarlo, conocer nuestros talentos y apoyarnos
en ellos.
En suma, ofrecer al mundo lo mejor de nosotros mismos y para lograrlo
tenemos que ser los promotores de nuestro propio cambio. Debemos equilibrarnos,
drenar todo el material denso que hemos acumulado a lo largo de la vida: los
miedos, el sufrimiento, los parámetros de referencia que oscurecen y empobrecen
nuestro mundo afectivo.
Nadie muere, la vida continua
La muerte es, sin duda, el miedo raíz del ser humano, el que alimenta
todas sus inseguridades y temores. Vivimos de espaldas a la muerte, perdiendo
el sentido natural del fin de la existencia y de la continuidad
multidimensional de la Conciencia.
Prepararse para afrontar la muerte es todavía una asignatura pendiente
que llena de incertidumbre a millones de personas. El pánico a desaparecer, a
dejar de ser uno mismo, se contrarresta mediante el desarrollo consciente de
nuestra propia trascendencia. Solo entonces podemos disipar la angustia
existencial de perder la identidad. La muerte es un umbral evolutivo de transformación
que nos conduce a la vida multidimensional y a las infinitas posibilidades de
evolución de la Conciencia. Es el reto más importante que el ser humano debe
acometer en su vida.
La muerte lúcida, despojada de todo dramatismo, es la consecuencia natural
de encontrar sentido a la vida, de haber perdido todos los miedos y
transformado las creencias en conocimiento directo.
Cuando superamos el miedo a morir, porque entendemos cómo está
organizado el Universo y qué ocurre cuando abandonamos el cuerpo, empezamos a
comprender nuestra naturaleza trascendente y a vivir con plena conciencia.
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