La ciencia ha sido el principal camino de esa reflexión sistemática
desde el siglo XVII. Sus informaciones y propuestas buscan, desde entonces,
apoyarse en la experiencia empírica basada en una racionalidad formal,
universalista. Eso es relativamente fácil de realizar en lo que se refiere a la
estructura del mundo físico y al funcionamiento del mundo orgánico como lo
comprueba el vertiginoso desarrollo del sistema tecnocientífico, o sea, el
desarrollo de las ciencias físicas y naturales dedicadas a la transformación de
las posibilidades de conocimiento y del uso humano de los recursos del mundo.
No es tan fácil, sin embargo, en lo que se refiere a las
condiciones específicas de la experiencia social de la vida humana, enredada en
la complejidad de los pensamientos, de las emociones, de los valores, de la
historia.
Las ciencias humanas se desarrollaron tardíamente en relación a las
ciencias hard por enfrentar retos muy peculiares: ellas deben comprender cómo
se organizan y se procesan las condiciones simbólicas y pragmáticas de la vida
en aquellas cosas que escapan a la determinación directa de los fundamentos
físicos y orgánicos de los seres humanos. Las propias bases de esa autonomía
relativa del pensamiento, del lenguaje, de la voluntad, de la acción, de los
sentimientos es materia de debate, ya que para muchos científicos todo eso
no podría ser otra cosa que una emanación directa, lineal, de las propiedades
biológicas de los sujetos (como en otras épocas pensaban los mecanicistas sobre
los fenómenos de la vida orgánica).
Las ciencias humanas exploran y analizan cómo se manifiestan y funcionan
esas propiedades “emergentes”, o sea aquellas que, aunque dependan de la
existencia de la realidad material subyacente, presentan características
específicas, funcionan con lógicas propias, conllevan la intervención de la
cognición, de la imaginación y de la voluntad en el rumbo de la historia.
Al hacerlo, las ciencias humanas deben enfrentar otro enorme
reto: su materia de análisis no se encuentra distanciada, en la lente de una
lupa, de un telescopio o de un espectrómetro de masa; sino que, está entrañada
en la vida inmediata de toda la humanidad (tanto de los legos como de los
investigadores). Estudian fenómenos como la familia y el parentesco, la
religiosidad y los rituales, el gusto artístico y la disposición científica,
los modos de hacer política y los de practicar deportes, los cuidados con la
salud y las actividades bélicas, las formas de la sexualidad y las de la
violencia, la experiencia del tiempo y la organización del espacio. Sobre todo
eso cada cultura, cada colectividad social, tiene sus propias concepciones, sus
propios procedimientos frecuentemente muy distintos de los nuestros.
Interpretando y comparando esas formas de manifestación de los fenómenos
exclusivos del ser humano se construyen los saberes sociológico, antropológico,
histórico, psicológico.
Esos saberes no sirven, fácilmente, para una utilización
tecnológica, como la construcción de palancas hacia el futuro. Su mayor fuerza
y su utilidad residen en la crítica que presentan; al revelar cómo se articulan
los proyectos humanos y cómo son llevados a cabo en contextos de jerarquía o de
poder, de diálogo o de dominación, de armonía o de depredación, de acogida o de
exclusión.
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