La vida no es, no nacemos con ella escrita, la vida se
construye cada día, paso a paso. Caminamos por ella, paramos, unas veces
avanzamos y otras retrocedemos, pero siempre estamos dentro, construyéndola.
Nuestra vida se hace con cada paso. Podríamos asemejar
nuestra vida a una escalera de caracol. Cuando miramos atrás, vemos todos
aquellos peldaños sobre los que un día depositamos nuestros pies, esos
peldaños que quedaron en nuestro pasado. Unos firmes y otros inseguros, unos
querríamos volver a pisarlos y otros intentaríamos no volver a pisarlos nunca.
Por mucho que tratemos de retroceder a nuestro pasado, nunca llegaremos al
punto inicial, no podemos volver sobre nuestros pasos, ni a lo bueno, ni a lo
malo. Pero sí podemos permanecer anclados a él, unas veces como una frenética
huida de un presente insatisfactorio, buscando atrás tiempos mejores y, otras
tratando de buscar «por qué» a las situaciones negativas que han acontecido en
nuestra vida, lo que terminará, con una gran probabilidad, generándonos
tristeza, culpabilidad, rencor…
Cuando miramos ahora detenidamente nuestros pies, sólo
podemos ver ese peldaño pequeño que queda bajo ellos, ese que acabamos de
alcanzar y ese mismo que quedará atrás en un breve espacio de tiempo, ese
peldaño que abraza nuestro presente. Pues bien, ese pequeño y breve peldaño es
lo único que tenemos. Sólo en nuestro presente podemos sentir, amar,
sonreír, enojarnos, llorar, sufrir, cantar, bailar… sólo vivimos en presente.
Cuando miramos hacia delante no vemos nada, todo está por
hacer.
Eso nos hace sentir desconcertados, inseguros, temerosos…
Como suele decirse, el pasado pasó y no volverá, el futuro
está por hacer y no podemos saber cómo será, y el presente es el único momento
de que disponemos en nuestra vida, el único momento para vivir. Por tanto, anclarnos
a nuestro pasado nos deprime y mirar constantemente nuestro futuro nos
genera ansiedad. Sólo en nuestro presente podemos disfrutar y mejorar nuestra
vida, sólo en nuestro presente podemos construir buenos momentos. El mejor
momento es ahora.
No podemos construir buenos momentos desde lo negativo. Si
estamos más empeñados en ver aquello que nos falta y no aquello que sí
tenemos, nos sentiremos insatisfechos, frustrados… Lo que tenemos vale,
por el único hecho de que es lo que tenemos, es el fruto de nuestro esfuerzo,
de nuestra vida, aquello que nos dieron o regalaron… y eso vale, sí, vale
porque es lo que tengo.
Una pequeña historia…»Un niño creció en una casa pobre,
húmeda, sin casi espacio, sin ventilación… cuando creció se prometió a sí
mismo que lo primero que tendría en su vida sería una buena casa. Tiempo
después, siendo ya adulto, nos invitó a ver su casa. Había tardado varios años
en poder comprarla, había trabajado duro para cumplir su sueño. Era una casa
pequeña pero cómoda, acogedora y bonita.
Ante nuestros halagos su respuesta fue la siguiente «Es muy
pequeña, oscura y húmeda, no me gusta nada, ya estoy mirando otro lugar mejor
para irme de aquí, esta casa no me vale». Aquello que tenemos raras veces es
perfecto, raras veces es exactamente como yo quiero que sea, pero no vale menos
por ello. Si lo miro bien, seguro que tiene aspectos positivos, bonitos o
prácticos para mí, seguro que el tenerlo me da ventajas frente a no tenerlo. En
nuestra vida podemos escoger «ver el vaso medio lleno o medio vacío». Ver
y valorar cuanto de positivo hay en nuestra vida, por pequeño que sea, nos da
más oportunidades de disfrutar y de ser felices.
¿Y qué hacemos con aquello que no nos gusta, aquello que
desearíamos que fuese diferente en nuestra vida?. Podemos tratar de mejorarlo,
al menos en todo lo que dependa de uno mismo. Si creo que puedo podré, si
quiero podré, y si lo intento podré. Quizás no hoy ni mañana, quizás
no a la primera ni a la segunda, seguro me equivocaré en más de una ocasión, a
veces incluso tendré que cambiar mis metas o de camino, quizás incluso necesite
que me ayuden para conseguirlo… y, aún a pesar de y con todo eso, podré
conseguirlo. Para ello, tendré que darme el tiempo necesario y tendré que
invertir un esfuerzo considerable, tendré que permitirme equivocar y, sobre
todo, tendré que abandonar el sillón de la pereza y del autoflagelo.
Y como dice Jorge Bucay, «recuerda que los malos
momentos vienen por si solos, pero es voluntaria la construcción de buenos».
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