Estamos tan
acostumbrados a que los días transcurran, uno tras otro, que nos parece que la
vida no es otra cosa que una sucesión interminable de espacios de tiempo a los
que llamamos minutos, horas, días, semanas, meses, años, etc.
Ahora, ¿existe el
minuto siguiente? ¿La hora siguiente? ¿Los días, semanas, meses, años, etc.?
En realidad, lo que
aún no ha sido creado, no existe, damos por descontado que tendremos el minuto
siguiente, la hora, los días, y así sucesivamente, en una secuencia natural, de
la cual nos hemos apoderado, tal como si fuésemos los creadores, amos y señores
de todo lo porvenir.
Esa ilusión, de que
el tiempo nos pertenece, es la que nos lleva a pensar que podemos hacer uso y
abuso de todo lo que gira en su entorno, el ayer ya pasó, hoy, no sé si lo
podré realizar, pero mañana… ha… mañana sí, sin duda, comenzaré a realizar lo
que no pude o no quise hacer, ayer, antes de ayer, o quizás hoy mismo.
Nosotros
transitamos por la vida y lo que la vida consume es tiempo, de no contar con este
precioso elemento, tan esencial como el aire que oxigena nuestros pulmones, la
existencia, tal como la percibimos, dejaría de ser, nos sentimos atrapados por
el tiempo, de la misma forma que los objetos, sujetos como a una ley de
gravedad que nos condena a no poder salir de la materialidad que nos rodea.
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