Todos a estas alturas ya sabemos que el detonante de esta
crisis económica ha sido la avaricia especulativa de unos pocos, pero esto solo
ha sido la punta del iceberg, porque es algo más profundo y afecta a las raíces
mismas de nuestra sociedad y de nuestro sistema económico, ya que esta forma de
crecer sin límite a costa del medio ambiente, de los recursos de todo el mundo
y de la mano de obra barata que nos ofrecen los países subdesarrollados es algo
que conlleva en sí mismo su propia destrucción, al no haber planeta que lo
aguante.
El problema es si seremos capaces de verlo y rectificar a
tiempo antes de que el daño sea irreversible o de lo contrario sigamos
empeñados en apostar por un sistema caduco.
Parece que esta segunda alternativa es la apuesta de los
gobiernos y de los agentes económicos implicados; su afán es intentar
restablecer el proyecto neoliberal solucionando el problema a los bancos y
reactivando el consumo: es parchear un sistema que hace aguas.
Nadie, por el contrario, se atreve a dar soluciones
alternativas, como sería el caso de defender la solidaridad y el altruismo, el
reparto del trabajo, la primacía de lo local, la reducción drástica del consumo
superfluo y del despilfarro energético, preservando el medio ambiente y los
derechos de las generaciones venideras. Y nadie se atreve porque son soluciones
a largo plazo, en principio impopulares y posiblemente no dan votos, y porque a
todos nos hacen creer que somos más felices cuanto más consumamos.
Y mientras tanto, como la cuerda siempre se rompe por el
lado más débil ¿adivinan quién está sufriendo las consecuencias? Se estima que
solo con el dinero invertido en el plan de rescate de los bancos en los Estados
Unidos se podrían haber resuelto los principales problemas del mundo en
alimentación, agua, educación y sanidad.
Es algo para reflexionar.
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