La existencia de límites de la conciencia, en términos del
procesamiento de información, pudiera ayudar a contextualizar dos de las
creencias más generalizados sobre el funcionamiento del cerebro: que solo
usamos una proporción muy limitada de nuestra capacidad cerebral; y que,
determinadas personas pueden prestar atención a varias cosas de manera
simultánea.
Las evidencias que se han venido acumulando en los últimos
años sobre la forma en que funciona nuestro cerebro parecieran discrepar de
esas creencias.
Todo pareciera indicar que nuestro cerebro es un órgano
supremamente eficiente.
Lo que sucede es que su eficiencia es muy diferente de
la que podemos esperar de un artefacto electromecánico o electrónico. Ha estado
determinada por el imperativo de la supervivencia y el esfuerzo permanente de
adaptación al medio, que han sido factores determinantes del trayecto evolutivo
de nuestro grupo zoológico, así como de las demás especies. La reducción y
simplificación de la información, que caracterizan la atención consciente, son
expresión de la eficiencia de funcionamiento cerebral construida, de manera
constante y progresiva, durante los millones de años transcurridos en el curso
de nuestra evolución biológica.
En todo caso, los procesos de reducción de la información,
que se expresan en el fenómeno de la conciencia, son una parte esencial de la
eficiencia del funcionamiento cerebral. Pueden ser interpretados como una
expresión de eficiencia cerebral en el contexto nuestra evolución biológica.
Por otra parte, la atención que determina los objetos que son
abordados de manera consciente, puede asumirse como una expresión de las
estrategias de selectividad de la información sensorial que se expresa en los
límites de la conciencia.
Sin importar la intensidad del esfuerzo que hagamos por
concentrarnos, no podemos percibir de manera simultánea sino unas cuantas
señales sensoriales.
Algunos sugieren que siete percepciones es el número
máximo de las que podemos darnos cuenta de manera consciente. Más aún, cuando
creemos poder atender a más de un objeto, o representación metal de un objeto,
lo que sucede es que podemos modificar, también con una rapidez limitada, el
foco de nuestra atención.
Todos hemos aprendido a realizar determinadas tareas de
manera inconsciente; sin embargo, cabe destacar que el dominio de la
mayoría de los aprendizajes que hemos adquirido de manera deliberada depende
del progreso logrado desde el esfuerzo consciente a la automatización.
Pensemos, para ilustrar este hecho, en la lectura que usted
está realizando en este momento. La mayoría de los procesos involucrados en
ella los está llevando a cabo de manera inconsciente. Tanto el reconocimiento
de las letras como representación de sonidos, de los conjuntos de letras como
representación de palabras y, progresivamente de ideas, así como de
interrelaciones entre esas ideas, son cada uno de ellos conjuntos definidos de
tareas, que, en distintos momentos, han requerido una inversión importante de
tiempo y dedicación consciente.
Después de considerables y reiterados esfuerzos, dedicados a
la práctica intencional de esas diferentes tareas, ahora la mayoría de esos procesos
son realizados en su cerebro de manera automática. Si esos esfuerzos se han
realizado, es probable que ahora su atención pueda centrarse en otros aspectos
de la lectura, como la estructuración de los argumentos, la fuerza de las
emociones experimentadas por los personajes, y por usted mismo, o la belleza de
las expresiones. O, tal vez, el automatismo de la lectura transcurra incluso
sin mayor involucramiento de su atención, mientras su mente explora otros
objetos totalmente distintos de la lectura, sin que esto suponga una
disminución de su capacidad para la lectura.
No obstante, cuando las condiciones características de la
expresión de la automatización se alteran de manera inusual, su atención debe
intervenir. Cuando esa alteración demanda respuestas urgentes, la variación del
foco de atención suele demandar, entonces, una intervención de la consciencia.
Sin embargo, dependiendo de las restricciones existentes en ese instante para
la intervención de la atención consciente, las respuestas generadas por esa
variación pueden ser, también, inconscientes, con resultados fuera de control
y, en ocasiones, catastróficos. Eso es lo que sucede cuando la creencia de que
podemos atender de manera simultánea a varios objetos mentales nos lleva, por
ejemplo, a asumir el riesgo de pretender llevar a cabo una conversación
telefónica y conducir un automóvil.
Muchos de los mitos predominantes sobre el funcionamiento del
cerebro se originan en la asimilación de ese funcionamiento de las herramientas
construidas por los seres humanos.
En los tiempos más recientes, el funcionamiento del cerebro
se ha considerado como análogo a la forma de funcionamiento de las
computadoras, destacando el hecho de que el cerebro puede ser considerado, de
manera primordial, como un órgano especializado en el procesamiento de
información.
Esa forma de ver las cosas parece estar cambiando de manera
radical. Hoy en día pareciera irse conformado un consenso, cada vez más amplio,
en el sentido de que el cerebro humano es el objeto de mayor complejidad, y de
funcionamiento más eficiente que podemos conocer.
En nuestros días suele asumirse cada vez con mayor
frecuencia, que el futuro desarrollo de los sistemas computacionales depende,
de manera fundamental, de la forma y medida en que estos puedan llegar a
reflejar la eficacia y eficiencia de la organización y el funcionamiento del
cerebro humano. Situación que, desde luego, plantea nuevos desafíos al destino
futuro y la coexistencia de los seres humanos y las máquinas.
Aun desconociendo el curso que habrán de seguir esos
desafíos, podemos afirmar que muchos esfuerzos de aprendizaje pueden ser mejor
orientados y justificados, y muchos riesgos del comportamiento podrían
evitarse, si nos atrevemos a aceptar las limitaciones y, en consecuencia, las
posibilidades más realistas y evidentes de nuestra conciencia.