Durante gran parte de nuestra vida hemos asociado nuestra valía como personas a lo que piensan los demás sobre nosotros. En realidad no es extraño si tenemos en cuenta que de pequeños aprendimos que para ser aceptados debíamos cumplir ciertas normas, hacerle caso a ciertas personas y adaptarnos a ciertas situaciones. Nos gustara o no. Nuestra opinión y gustos poco peso tenían en la ecuación.
Así fuimos formándonos la imagen que tenemos de nosotros mismos, una imagen que depende, en gran medida, de los otros. Por eso, los elogios nos hacen sentir tan bien y las críticas nos hacen sentir tan mal. Detrás de esas sensaciones en realidad se esconde una profunda creencia que fue sembrada en nuestra infancia: nuestro valor depende de los demás, son los otros quienes deciden.
Obviamente, se trata de una falacia que ya había descubierto Thomas de Kempis en el siglo XV cuando afirmó que no eres más porque te alaben ni menos porque te critiquen. Somos personas completas, las opiniones de los demás son solo eso, opiniones, no determinan nuestro valor.
Somos adictos a los elogios, ergo nos afectan las críticas
De cierta forma, la necesidad de aprobación sienta sus bases en el deseo de ser elogiados, un deseo que, según un estudio llevado a cabo en el University College London y la Aarhus University, se encuentra grabado en nuestro cerebro.
Estos psicólogos notaron que cuando las personas eran elogiadas por sus decisiones, se activaba el estriado ventral, un área vinculada con la recompensa. Y mientras más validación recibían de los demás, mayor era esa activación.
En otras palabras, los elogios nos hacen sentir bien y desatan un mecanismo similar al que se produce en las adicciones. De hecho, estos psicólogos apreciaron que cuando recibimos aprobación social se activa una red neural casi idéntica a la que se encuentra en la base de las adicciones. Por tanto, es como si estuviéramos “cableados” de forma natural para buscar la aceptación.
Por supuesto, hay personas en las que esta conexión no es tan intensa. Es probable que en su infancia no se hayan visto “obligadas” a buscar constantemente la aprobación de los demás o que hayan hecho un gran trabajo de crecimiento personal en su adultez que les haya permitido desligarse de esa necesidad d aceptación. En esos casos, la conexión es mucho más débil y, por tanto, la sensación de bienestar cuando se recibe un elogio también lo es.
Obviamente, el hecho de que estemos “programados” para buscar la aprobación del grupo también implica que las críticas nos duelen ya que, de cierta forma, son una señal de rechazo. Y el rechazo social activa las mismas áreas en el cerebro que el dolor físico, por lo que es normal que deseemos evitarlo.
Sin embargo, debemos tener claro que tanto los elogios como las críticas son solo opiniones, no son una medida de nuestra valía como personas.
¿Podemos hacer oídos sordos?
Somos seres sociales y no podemos hacer nada para cambiarlo. De hecho, ni siquiera deberíamos intentarlo porque las relaciones con los demás nos nutren y nos permiten crecer. La clave consiste en comprender que los juicios de los demás sobre nosotros representan una visión limitada y solo expresan su idea de cómo deberíamos comportarnos o qué decisiones deberíamos tomar.
Aún así, no estamos obligados a seguir ese esquema, sobre todo si esas opiniones nos restan valor. Podemos escuchar, reflexionar y descartar una opinión si esta nos daña o nos encumbra artificialmente.
De hecho, en muchos casos puede ser más dañino un elogio desmesurado que una crítica. Los elogios excesivos y sin sustancia pueden hacer que nos formemos una imagen errónea de nuestras capacidades, lo cual nos puede llevar a tomar decisiones precipitadas y poco objetivas de las que más tarde nos arrepentiremos.
Por eso, es importante proteger nuestra valía. Recuerda que las personas más infelices son aquellas que se preocupan demasiado por lo que piensan los demás. Imagina que eres un pintor y que a tu alrededor hay personas que elogian o critican el cuadro. Puedes escuchar sus opiniones y tenerlas en cuenta pero al final lo más importante es que hayas disfrutado del acto de pintar y que te satisfaga el resultado. Y eso solo lo lograrás si miras dentro de ti y sabes lo que deseas.
Sin duda, se necesita mucha fuerza, pero debes recordar que tu valor depende solo de ti. Solo tú conoces tus sueños, sabes lo que es verdaderamente importante para ti y puedes valorar el esfuerzo que has tenido que hacer a lo largo del camino. No dejes que las opiniones de los demás desvirtúen tu esencia o te aparten del camino que desearías recorrer.
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