Según leemos en los escritos de algunas religiones,
coexisten en este mundo “tres tipos de hombres” utilizando este término un
tanto machista para identificar ciertas características propias del
comportamiento humano.
A saber. Se nos advierte que de “estos tipos de
hombres” deberemos saber distinguir entre ellas, se nos previene del “hombre
natural” el cual es nacido por causa del “pecado original” y es un
“enemigo de dios” desde su concepción, siguiendo con esta clasificación
encontramos al “hombre carnal” el cual siente una fuerte inclinación “a todo lo
carnal y diabólico” y es víctima de sus inclinaciones e incapaz de aceptar los
susurros del espíritu que inútilmente intenta penetrar en su entorpecido
corazón.
Luego los clasificadores de lo humano nos hablan
del “hombre espiritual” éste siente una inclinación natural hacia todo lo que
proviene desde el cielo, que tiene sus oídos muy atentos a los susurros del
espíritu pero que debe cuidarse “no caer en tentación” ser cegado por las
tentaciones que “el maligno” en sus acechanzas pueda poner en su camino.
Tales definiciones de “lo humano” tienden a
radicalizar las posturas levantando verdaderas “murallas de contención” entre
aquellos que crecen, algunos desde su más tierna infancia, sometidos a tal
clasificación y libran una suerte de batalla personal con la intención de
someter su naturaleza a los peligros latentes de “este mundo de probación”
Lo que surge de estas advertencias y
clasificaciones es un campo muy fértil para los pregoneros de salvación, grupos
constituidos que suelen alcanzar el estatus de poderosas corporaciones que
anteponen sus propios intereses corporativos a las reales necesidades de sus
ocasionales acólitos.
Entiendo que debemos encontrar prontamente “una
dieta balanceada” que permita un equilibrado tratamiento de lo que resulta como
vital en todo este asunto, debemos entender el principio fundamental de que
todos somos hijos de un mismo Dios y que no existen en el plan de la creación
ningún tipo de discriminaciones a priori y de necesitarse un verdadero rescate,
como evidentemente se necesita, nuestro propio Padre nos ha provisto la vía a través
de su unigénito.
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