En muchos momentos importantes de mi vida no me di tiempo de
detenerme para sanar mi dolor; pensé que pasaría, que no era necesario, que yo
era fuerte y debía seguir adelante en pos de objetivos “más importantes” ¿Más
importantes que yo?
La familia, el trabajo, el bienestar común me
arrastraban en una vorágine que no me dejaba estar conmigo mismo.
Últimamente la vida me ha puesto a prueba y me ha hecho
detenerme, hacer una pausa y darme la oportunidad de encontrarme con mi dolor
físico y emocional para lo cual siento que muchas veces no estamos
preparados, no estamos entrenados para encontrarnos con nosotros mismos, es por
ello que es más fácil culpar al entorno, a las obligaciones, a la familia o a
la vida del descuido en el que vivimos respecto a nosotros mismos.
Si un animal tiene una herida no sigue adelante, sabe
replegarse, buscar el lugar más seguro y darse tiempo de lamer sus heridas y
sanarlas; es así como después podrá continuar su camino.
En este proceso de sanar cuerpo y mente se establece
un encuentro personal, un espejeo de nuestro ser con lo mejor y lo peor de
nosotros mismos. con nuestra esencia , y entonces el dolor físico se transforma
en dolor emocional y viceversa.
Esto es algo para lo que nuestra sociedad
no nos prepara.
Seguramente el hombre primitivo también, siguiendo a los
animales, se retiraba a lamer y sanar sus heridas. Proceso en el que se confía
en la habilidad de nuestro Ser para curarse, para sanar.
No es fácil ver la herida y aceptarla y sobre todo confiar
en nuestro poder de recuperación, de renacer, de reconstruir y sin embargo es
lo único que nos hará lograrlo.
Te invito a darte un tiempo para lamer tus heridas, para
reconocerlas y aceptarlas, ya sean físicas o emocionales.
Es en el silencio, en la oscuridad y en la paz de tu Ser más
íntimo donde puedes encontrar la curación.
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