“Puedes llegar a cualquier parte, siempre que andes lo
suficiente”, Lewis Carroll
La perseverancia es una carrera de fondo. Una maratón
en cuya meta habitan todos nuestros objetivos. Lamentablemente, en una sociedad
que late al ritmo de la hipervelocidad, esta modalidad ha perdido muchos
adeptos. Nuestro día a día está marcado por los estímulos constantes
y la gula por querer siempre más.
Así, tendemos a centrarnos en lo inmediato y
en todo aquello que nos promete una dosis de satisfacción exprés.
Podríamos decir que participamos en una perenne carrera de cien metros lisos,
en la que apenas importa la resistencia.
Todo lo rige la rapidez y la
ley del mínimo esfuerzo. Pero esta inercia nos impide centrarnos en
aspiraciones a largo plazo, lo que limita las posibilidades de tomar las riendas de
nuestro destino.
La receta parece sencilla: seguir el recorrido marcado, no parar bajo
ninguna circunstancia y, a su debido tiempo, cruzar la línea de meta. Pero del
dicho al hecho hay un trecho. La perseverancia se conquista cada día.
Cuando
emprendemos el reto de correr una maratón sin haber entrenado lo
suficiente, solemos terminar tirando la toalla. Nuestro cuerpo no está
preparado para aguantar tan exigente esfuerzo, y nuestra mente se bloquea ante
la elevada presión. Lo cierto es que resulta fácil construir castillos en
el aire, imaginado éxitos futuros e incontables alegrías. Pero el esfuerzo, la
voluntad, la constancia y el sudor que requiere la realización de tan creativas
ensoñaciones son patrimonio de quienes perseveran.
Entonces, ¿en qué consiste la perseverancia? Y ¿cuáles son
sus beneficios?
Etimológicamente, proviene del latín perseverantia,
que significa constancia, persistencia, dedicación, firmeza o tesón; bien en
las ideas, las actitudes o en la ejecución de cualquier propósito. Así, la
perseverancia es la capacidad de seguir adelante a pesar de los obstáculos, las
dificultades, la frustración, el desánimo e incluso los deseos de rendirnos
ante cualquier situación.
Una persona perseverante persigue sus metas con
ahínco y tesón, tiende a terminar todo aquello que empieza, mantiene su
atención en su objetivo y, si no lo alcanza, lo vuelve a intentar utilizando un
método distinto. Así, esta cualidad nos ayuda a desarrollar el autocontrol,
a regular nuestra tolerancia a la frustración y nos convierte en personas más
resistentes y resilientes.
Dicho de otra manera, la perseverancia es una suerte de brújula que
nos permite orientarnos en la tormenta. Es el factor que convierte las palabras
en acciones, la teoría en práctica, los sueños en realidades. La fortaleza
que nos lleva a no rendirnos ni desfallecer ante las más adversas
circunstancias.
Como si fuéramos arcilla, nos moldea y nos esculpe. En última
instancia, está vinculada a nuestros intereses y motivaciones más
profundos. Honrarla es honrarnos a nosotros mismos.
La pregunta es: ¿estamos
dispuestos a pagar su precio?
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