Qué gran dilema, ¿no? Cuantas veces nos ponemos como metas
las metas que el otro tiene para nosotros: mis padres, mi pareja, mis hijos,
mis amigos, mis vecinos… ¿Debo ser complaciente con la imagen que el otro tiene
de mí?
Las cadenas pueden ser muy pesadas en nuestras vidas… aunque
sean cadenas invisibles.
Vivir de prestado
Una vez un amigo me contó que abandonaba todo lo que hasta
ese momento constituía su manera de vivir. De pronto se había dado cuenta que
había tratado de estar a la altura de las exigencias de los demás. Y así había
elegido un estado de vida determinado y se había comportado en consecuencia.
Por una circunstancia particular hizo click en su vida y decidió vivirla él
“solo”, es decir, de acuerdo a lo que percibía como lo que su conciencia le
pedía. Es uno de los tipos más inteligentes que he conocido en mi vida. Por eso
me sorprendió lo que me estaba planteando. Hoy lo veo muy feliz con esa su
determinación vital.
Cuanta gente que vive de la misma manera. La presión social
los condiciona y prefieren contentar al otro antes que angustiarse con
respuestas vivenciales que sean las contrarias a las que ellos elegirían. Y
conste que no estoy diciendo que eligen obrar el mal. Estoy hablando de elegir entre dos cosas que son
igualmente buenas y honestas.
Ser auténtico
Esta es la sed más importante de nuestro mundo actual. Pero…
en nombre de la autenticidad se comenten muchas veces disparates. Es que la
autenticidad no es hacer lo que me viene en ganas en este momento… todo lo
contrario.
La autenticidad es la fidelidad al propio ser, no a la
percepción que yo tengo de mí. Por eso la verdadera autenticidad nace de
encontrar las raíces mismas de lo que soy.
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