En la vida hay muchos momentos en que tenemos la opción de
ser nosotros mismos, pero nos dejamos vencer por el miedo. Todos deseamos ser
excelentes, increíbles, llegar a lo más alto de nuestros sueños y expectativas…
pero hay un miedo allí que nos frena. El
miedo a ser diferentes, a no encajar, a ser rechazados. El miedo a que si de
verdad somos nosotros mismos seremos rechazados, sintiéndonos entonces del todo vulnerables.
La mayoría de
veces ni tan solo nos lo cuestionamos, al fin y al cabo, es lo que hace todo el
mundo, pensamos. Y sólo cuando llega una enfermedad grave o las puertas de
la muerte, nos damos cuenta del tremendo error que ha sido no vivir desde
nuestra genuina autenticidad. Todo por llevar una vida de cara
a la galería.
Lo peor viene cuando descubrimos que sólo siendo nosotros
mismos, sólo desde la más genuina autenticidad podemos comunicar algo y
conectar de verdad con los demás. Sólo puedes comunicar aquello que eres. Lo
demás es teatro, impostación, hipocresía…. y más tarde o más temprano se acaba
descubriendo.
Hay dos maneras de vivir la vida y
nosotros decidimos cuál de ellas escogemos. Podemos vivir una vida hacia el exterior, dando la
imagen que creemos que tenemos que dar, aparentando lo que no somos (y
recuerda, que de la única persona que no puedes escapar, es de ti mismo…), o
podemos vivir desde quienes somos,
con autenticidad y congruencia. Atrevernos a valorar cada momento de nuestra
vida y no pasar de puntillas por ella.
Lo único que nos hace eternos son los recuerdos que dejamos
en los demás, así que deberíamos intentar dar nuestra mejor versión cada día a
aquellos que nos rodean porque sólo así, es como se llega al corazón ajeno
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