Según estos especialistas, antes de buscar un objetivo es recomendable
hacerse ciertas preguntas.
¿Realmente sé que meta busco alcanzar? ¿Es valiosa de verdad
para mí? ¿Por qué ansío con tanta fuerza ese logro? ¿El precio será muy
elevado? ¿De verdad tengo la decisión de pagar el enorme esfuerzo que costará?
No es extraño que los autores extraigan una conclusión clara. Sí es
más valorado lo que más cuesta, aunque no siempre ni necesariamente. Por otro
lado, lo que valoramos no siempre se mantendrá en el tiempo. De hecho tú mismo
te darás cuenta, si miras al pasado, de que hay logros que en su día valoraste
de una determinada manera y hoy lo haces de otra. En este sentido podríamos
decir además que el tiempo actúa con una cierta justicia, suele realzar las
metas pero también la cantidad de esfuerzo invertido, de manera que rara vez
cambia el sentido de la balanza.
Lo que sí parece cierto, en función de los estudios citados en este
artículo, es que sentimos una cierta atracción por lo prohibido o por lo
costoso. Así, esta inclinación natural es un estupendo caldo de cultivo para la
motivación. Sin embargo, no olvidemos antes de decidirnos a emprender un
proyecto que su consecución va a tener un precio que rara vez valoramos de
manera consciente. Piensa que las personas vivimos de ilusión, pero no solo de
ella.
Hace ya centenares de siglos que Sófocles dijo que “el éxito
depende del esfuerzo”. Hoy en día pocos dudan de tal expresión. Pero sí que, al
ser una sentencia tan absoluta, surgen preguntas a su alrededor. ¿Valoramos más
lo que cuesta más? ¿Qué precio tenemos que pagar por los sueños que nos
afanamos en cumplir?
En realidad, es muy sencillo decir “esfuérzate con todo todas tus
fuerzas y lograrás tus sueños”. Pero ¿qué hay luego? ¿Realmente valoramos ese logro
en su justa medida y esa valoración la mantendremos siempre? … Y después, una
vez que nos damos cuenta de que quizás el reto nos va a costar más de lo que
habíamos prevista, ¿es sensato echar el resto? Veamos qué dicen algunos
expertos sobre aquello que valoramos.
Me gustaría comenzar explicando la posición que defiende el
neuropsicólogo Sergio Lotauro. Este especialista ha dedicado años de trabajo a
buscar respuestas sobre lo que valoramos especialmente y por qué. Además lo ha
hecho con personitas de una edad sorprenderte para la que acostumbran a tener
los participantes en experimentos de psicología.
Muchas de sus ideas se basan en un curioso estudio llevado a cabo con
bebés hace años. En el mismo se les facilitaba a los niños dos juguetes
llamativos a cierta distancia. La diferencia radicaba en que para alcanzar
uno de ellos, no había obstáculo, mientras que para llegar al otro había que
superar una barrera transparente de acrílico
.
? El dato curioso es que aunque pueda parecer una locura, todos los
niños trataron de conseguir el juguete que era más complicado de alcanzar. De
hecho, buscaban cualquier método para superar la valla y alcanzar el ansiado
premio, por más esfuerzo o energías que tuvieran que gastar en el proceso.
Así, podríamos preguntarnos si esa pasión por lo difícil o lo
inalcanzable -que mostramos en algunas ocasiones- es una decisión propia
o, por el contrario, estuviera en nuestra misma naturaleza. ¿Está dicha
conducta implícita en nuestro propio ADN?
Para Lotauro, el ser humano tiene una necesidad natural de desear lo
que no puede tener. Según él, actuaremos con una insistencia, que puede rozar
lo temerario, para satisfacer nuestra necesidad de sentir que tenemos el
control, o al menos, creer que lo tenemos.
Por ello, el psicólogo facilita diversos ejemplos en los que todos, en
mayor o menor medida, podemos vernos reflejados. Es el caso de los famosos.
Puede que nuestra pareja sea una persona preciosa físicamente. O tal vez
observamos perfiles deseables en el barrio, en el súper o en el bus. Sin
embargo, algunas estrellas del cine, la música o incluso del deporte nos
resultan totalmente irresistibles, en ocasiones, de forma irracional e
irrefrenable. Es el atractivo de lo prohibido.
Ahora bien, que algo parezca inalcanzable no significa que lo sea. Por
lo general, nadie llega hasta donde está por casualidad o porque se lo
regalaron. Es evidente que cuanto más elevada es la meta, más compleja es de
alcanzar. Sin embargo, no por ello imposible. De hecho, que lo haya logrado
alguien es la mejor prueba de que es posible.
Llegados a este punto, os propongo el siguiente interrogante, ¿estamos
realmente dispuestos a pagar el precio? En este campo han trabajado algunos
autores como David Fischman o José D’Molina.
Según estos especialistas, antes de buscar un objetivo es
recomendable hacerse ciertas preguntas.
¿Realmente sé que meta busco alcanzar? ¿Es valiosa de verdad
para mí? ¿Por qué ansío con tanta fuerza ese logro? ¿El precio será muy
elevado? ¿De verdad tengo la decisión de pagar el enorme esfuerzo que costará?
No es extraño que los autores extraigan una conclusión clara. Sí es
más valorado lo que más cuesta, aunque no siempre ni necesariamente. Por otro
lado, lo que valoramos no siempre se mantendrá en el tiempo. De hecho tú mismo
te darás cuenta, si miras al pasado, de que hay logros que en su día valoraste
de una determinada manera y hoy lo haces de otra. En este sentido podríamos
decir además que el tiempo actúa con una cierta justicia, suele realzar las
metas pero también la cantidad de esfuerzo invertido, de manera que rara vez
cambia el sentido de la balanza.
Lo que sí parece cierto, en función de los estudios citados en este
artículo, es que sentimos una cierta atracción por lo prohibido o por lo
costoso. Así, esta inclinación natural es un estupendo caldo de cultivo para la
motivación. Sin embargo, no olvidemos antes de decidirnos a emprender un
proyecto que su consecución va a tener un precio que rara vez valoramos de
manera consciente. Piensa que las personas vivimos de ilusión, pero no solo de
ella.
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