Tradicionalmente, hemos tratado las emociones como buenas y
malas. Dentro de las primeras hemos puesto la alegría, el miedo, la sorpresa,
porque da la impresión que ayudan proporcionar seguridad dentro del núcleo
social. Mientras que hay otras consideradas como negativas: la ira, el asco, y
sobre todo la tristeza, en contraposición con la alegría. Ésta última se ha
considerado como un valor a potenciar, incluso desde la pedagogía, y el resto
de las emociones, como aspectos del carácter a controlar y dominar con
“templanza”.
Este tratamiento de las emociones es emitir un juicio moral
sobre algo que está dentro de nosotros y que da forma y consolida nuestro
carácter. Moralmente no hay emociones buenas ni malas, ya que todas tienen una
función importante en el desarrollo del ser humano como PERSONA.
Alguien podrá pensar en cuál es el valor de la tristeza. Los
momentos de tristeza son algo que tenemos que “sufrir” todos alguna vez en la
vida. La sentimos en los momentos de pérdida (material, espiritual o emocional)
para reflexionar y obtener energías que nos “catapulten” en pos de siguientes
objetivos. También nos permite reconocer el valor de lo que poseemos, promover
sentimientos de empatía social y recordar lo positivo de las personas.
Puede ser que con la tristeza os haya convencido, pero ¿y la
ira?, ¿el enfado? Pues casi, si me esfuerzo un poco, diría que la emoción
con más valor moral de todas es la ira.
Voy a explicarlo. No quiero decir que estar siempre enfadado
sea bueno. NADA DE ESO. Estar en permanente enfado es muy malo para la
salud propia y ajena, de los que nos rodean, a los que convertimos en
“mártires” sin pretenderlo. Pero este es un extremo.
En conclusión. Las
emociones nos relacionan con los demás al ser una forma de comunicación
interpersonal, nos introducen en el mundo. Pero, sobre todo, nos
relacionan con nosotros mismos.
Una relación de nuestro YO con nuestras
emociones (que siguen siendo parte de ese yo), nos hace crecer como personas,
querernos un poco más a nosotros mismos, comprendernos un poco más y ser más
válidos de cara a una sociedad a la que pertenecemos y que pretendemos mejorar.
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