Poco a poco muchos medios de información han ido perdiendo
su objetivo principal que es informar. Los ciudadanos nos encontramos
indefensos antes los grandes grupos mediáticos que utilizan periódicos, radios
y cadenas de televisión para intentar torcer la voluntad de quienes ejercen la
soberanía que es el pueblo. Debemos exigir que los medios informativos se
ciñan a contar la verdad y no a manipular.
Suele decirse que la nota definitoria del periodismo es la
búsqueda de la “objetividad”, de la “verdad” por sobre todas las cosas. ¡Tamaña
empresa! Tan difícil como lo es en las ciencias, o en la filosofía. ¡La
búsqueda de la verdad! Pero… ¿será posible?
El oficio del periodismo es algo moderno, muy reciente en nuestra historia como especie. Tiene que ver con las sociedades masificadas, cuando los medios de comunicación hacen su entrada triunfal (imprenta ante todo; luego, mucho más tarde, la radio, después la televisión). La figura del periodista moderno, si desechamos todas las tradiciones orales de las distintas civilizaciones -que no podríamos equiparar al periodismo moderno en sentido estricto-, es algo intrínseco al capitalismo naciente, cuando las novedosas tecnologías permiten la difusión masiva de noticias e información y cuando una persona comienza a ocuparse regularmente de ese oficio. En ese sentido, el periodista y toda la parafernalia con que se guía en su práctica cotidiana (preparación académica, códigos técnicos de trabajo, axiología específica) pasan a tener un estatuto propio. Surge ahí, entonces, la ética periodística.
Hoy, ya con dos o tres siglos de ejercicio profesional de esta profesión, esa ética es parte cotidiana de la formación periodística, de su lenguaje habitual, de su ámbito propio, y también de la cultura general. Todos sabemos, en mayor o menor medida, que cuando hablamos de las características de un buen periodismo, hablamos de la objetividad.
El oficio del periodismo es algo moderno, muy reciente en nuestra historia como especie. Tiene que ver con las sociedades masificadas, cuando los medios de comunicación hacen su entrada triunfal (imprenta ante todo; luego, mucho más tarde, la radio, después la televisión). La figura del periodista moderno, si desechamos todas las tradiciones orales de las distintas civilizaciones -que no podríamos equiparar al periodismo moderno en sentido estricto-, es algo intrínseco al capitalismo naciente, cuando las novedosas tecnologías permiten la difusión masiva de noticias e información y cuando una persona comienza a ocuparse regularmente de ese oficio. En ese sentido, el periodista y toda la parafernalia con que se guía en su práctica cotidiana (preparación académica, códigos técnicos de trabajo, axiología específica) pasan a tener un estatuto propio. Surge ahí, entonces, la ética periodística.
Hoy, ya con dos o tres siglos de ejercicio profesional de esta profesión, esa ética es parte cotidiana de la formación periodística, de su lenguaje habitual, de su ámbito propio, y también de la cultura general. Todos sabemos, en mayor o menor medida, que cuando hablamos de las características de un buen periodismo, hablamos de la objetividad.
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