Podemos hablar de
nuestros encuentros con un poema, con una canción, con nuestro hogar, con un
autor, con una institución, con un pueblo, con un paisaje, con un ideal, hasta
con nosotros mismos, y todas esas son expresiones legítimas, que en última
instancia nos conectan con las experiencias fuertes de encuentro, que siempre
son entre dos o más personas.
¿Qué nos dice vivir
la experiencia de “encontrarnos con nosotros mismos”? De entrada, nos descubre
un hecho evidente y fundamental: que nacemos sin saber quiénes somos. «El hombre es un misterio para el
hombre», dicen los clásicos, y la tarea más difícil, sostiene Sócrates, es
«conocerse a uno mismo». La reconfortante experiencia de encontrarnos con
nosotros mismos tiene, por lo tanto, su contrapartida dramática: si nos
encontramos es porque antes estábamos perdidos.
En segundo lugar,
el hecho de usar esa expresión parece indicar que hay determinadas situaciones
que nos permiten re-conocernos en
los otros. Es decir, que descubrimos algo fuera que,
de repente, vibra en nuestro interior, despierta en nosotros algo desconocido,
tal vez dormido, y que de inmediato –como nunca hasta entonces– re-conocemos
como nuestro.
Seguramente hemos vivido esta situación al convivir
con nuestro padres, o con las personas que luego resultaron ser nuestros
maestros, o con nuestras películas o canciones favoritas… en todos esos
encuentros reconocemos un «¡esto es!», de forma que la intimidad del otro nos
descubre la nuestra de un modo que nunca habíamos constatado.
En tercer lugar, al
usar esa expresión damos a entender que cuando reflexionamos sobre nuestras
acciones hay veces que no nos reconocemos en lo que hacemos y
otras en las que reconocemos que fuimos auténticos.
En nuestro
interior descubrimos una dualidad que
nos hace vernos a veces como «impostores» y otras veces como «auténticos»,
aunque muchas otras veces no somos capaces de distinguir esto con claridad.
Ocurre por tanto que aunque la vida es «quehacer», y que ese quehacer es
«libre», ni el quehacer ni la libertad son algo caprichoso, sino, más bien,
algo «singular», único e intransferible.
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