miércoles, 22 de mayo de 2019

Encuentro Con Nosotros Mismos

Podemos hablar de nuestros encuentros con un poema, con una canción, con nuestro hogar, con un autor, con una institución, con un pueblo, con un paisaje, con un ideal, hasta con nosotros mismos, y todas esas son expresiones legítimas, que en última instancia nos conectan con las experiencias fuertes de encuentro, que siempre son entre dos o más personas.

¿Qué nos dice vivir la experiencia de “encontrarnos con nosotros mismos”? De entrada, nos descubre un hecho evidente y fundamental: que nacemos sin saber quiénes somos. «El hombre es un misterio para el hombre», dicen los clásicos, y la tarea más difícil, sostiene Sócrates, es «conocerse a uno mismo». La reconfortante experiencia de encontrarnos con nosotros mismos tiene, por lo tanto, su contrapartida dramática: si nos encontramos es porque antes estábamos perdidos.

En segundo lugar, el hecho de usar esa expresión parece indicar que hay determinadas situaciones que nos permiten re-conocernos en los otros. Es decir, que descubrimos algo fuera que, de repente, vibra en nuestro interior, despierta en nosotros algo desconocido, tal vez dormido, y que de inmediato –como nunca hasta entonces– re-conocemos como nuestro

Seguramente hemos vivido esta situación al convivir con nuestro padres, o con las personas que luego resultaron ser nuestros maestros, o con nuestras películas o canciones favoritas… en todos esos encuentros reconocemos un «¡esto es!», de forma que la intimidad del otro nos descubre la nuestra de un modo que nunca habíamos constatado.


En tercer lugar, al usar esa expresión damos a entender que cuando reflexionamos sobre nuestras acciones hay veces que no nos reconocemos en lo que hacemos y otras en las que reconocemos que fuimos auténticos

En nuestro interior descubrimos una dualidad que nos hace vernos a veces como «impostores» y otras veces como «auténticos», aunque muchas otras veces no somos capaces de distinguir esto con claridad. Ocurre por tanto que aunque la vida es «quehacer», y que ese quehacer es «libre», ni el quehacer ni la libertad son algo caprichoso, sino, más bien, algo «singular», único e intransferible.

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