El viento susurró en mis oídos los caminos que mis pasos
debían seguir al andar, caminos de limpio asfalto que harían que mis pies
rasguñados dejaran de sufrir por frías piedras puntiagudas que había en caminos
que nunca debí seguir.
Mientras el viento susurraba yo sonreía porque sabía que
tenía razón, no tenía ningún sentido seguir un camino empedrado que no llevaba
a ninguna parte, en su final solo había un callejón oscuro, no había salida,
solo me quedaría mirar en todas direcciones y darme cuenta de que ya no podría
salir de allí, ni siquiera volver hacia atrás ya que el camino se cerraría a
mis espaldas y entonces sí sería el fin, me quedaría solo, envuelto en mi
propia ignorancia, en mi propio error, envuelto en una tonta decisión que
debería haber pensado más de dos veces.
Pero a los humanos nos gustan tanto las decisiones tontas…
El viento ya me ha aconsejado, ya me ha dicho qué debo
hacer, qué camino debo seguir, y yo, tozudo como solo el ser humano puede
serlo, aún quiero seguir el camino empedrado, aun sabiendo que justo al lado
está el camino asfaltado, aun sabiendo que al final del camino que quiero
seguir solo hay una profunda oscuridad que me golpeará, que me dejará tirado. Y
aun así…
Creo que lo único que le hace frente a la estupidez humana
es un buen golpe, uno que
te deje completamente tirado,
algo tan fuerte como esa profunda oscuridad que me espera al final del camino,
quizá necesite llegar al callejón sin haber recorrido el camino. Quizá…
Odio la tozudez y la estupidez humana, odio que quiera ir
por el camino asfaltado pero necesite ir por el camino lleno de piedras
puntiagudas, odio que primero necesite recibir el golpe para poder dar yo el
siguiente, odio que haya tantos y tantos caminos que terminen en callejones
oscuros sin salida.
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