martes, 21 de mayo de 2019

La Compasión

La muerte de dios es una vanidad como otra cualquiera de cualquier hombre en un momento cualquiera de la historia. Lo curioso es que lo celebremos en masa, dándole muerte a fecha convenida en una semana a la que llamamos santa porque conmemora la muerte de un dios. 

No parece juicioso asesinar a ningún dios, y aún menos celebrarlo por toda la eternidad como si fuese lo más grande que hemos sido y seremos capaces de hacer.

Dioses hay muchos, más que ganas de asesinar, y no son pocas, por eso no deberíamos gastar fuerzas en esta tarea en la que sacrificamos al dolor un dios con el que soñamos cerrar las puertas del cielo para no permitirle parir más dioses, sin querer entender que los dioses se filtran por debajo de las puertas de todos esos cielos a los que ansiamos entrar después de cerrar.

Dioses de partos múltiples y sin comadrona que llueven sobre nosotros todas las primaveras merced a un espectáculo sangriento, el sacrificio de una divinidad nacida como ellos de nuestras ganas de que no naciera. Porque, digamos como lo digamos y callemos como lo callemos no nos gustan los dioses, y no es pecar decirlo ni sentirlo, es sencillamente clamar por una liberalidad que habría de salvarnos de la incertidumbre que nos mueve al miedo y del miedo que nos mueve a este infinito parto de heteróclitos dioses.


Algún día cesarán de caer dioses del cielo y recogeremos de la tierra el fruto de nuestra verdadera pasión, la compasión. 

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