Las amazonas, toda una fantasía. Las mujeres guerreras que
formaban una sociedad sin hombres. Material frecuente en las narraciones de la
conquista de América.
Póngase usted ahora en el siglo 16, en España, en ese
ambiente en el que se oye de aventuras y sucesos extraordinarios y fantasiosos.
Y escucha repetidamente que vendrán a puerto setenta barcos trayendo a diez mil
amazonas. Ellas han sido atraídas por la reputación de la virilidad de los
españoles.
Llegarán con un propósito. Desean embarazarse y darán quince
ducados a cada hombre que eso logre cuidándolas hasta que nazca la criatura. Si
naciera un niño, él se quedará en España. Si fuera una niña, se le llevarán con
ellas de regreso a sus tierras.
¿Un suceso inventado? No en realidad. Un oficial español,
Martín de Salinas, en una carta dirigida a Fernando, en Viena, el hermano del
emperador, reportó eso precisamente, según se cuenta en el libro de Thomas, Hugh. World Without End: Spain, Philip II,
and the First Global Empire (Kindle
Location 5780). Random House Publishing Group.
Las personas en Santander y Laredo creyeron eso y fue tanto
así que los precios de las mujeres dedicadas a la más vieja profesión tuvieron
que reducirse para atraer clientela. Demanda reducida por causa de la
expectativa de una oferta mejor.
Martín, en esa carta, comentó la candidez de la gente de
esos lugares y tiempos. En nuestros tiempos, seguramente, lo contemplaremos
como algo curioso que muestra una ingenuidad que nosotros ya no tenemos. Jamás
caeríamos presas de un rumor como el de las amazonas llegando a solicitar los
favores de la gente local.
Pues, me inclino a pensar que seguramente el rumor de esas
amazonas en nuestros tiempos, si se propaga por los medios nuevos, como
WhatsApp y los demás, terminaría siendo creído por algunos.
Más aún, me atrevo a proponer que la ingenuidad humana es
una constante que poco ha sido afectada por el avance de ciencia y tecnología.
Basta ver la credibilidad dada a las noticias obviamente falsas y que tantos
distribuyen en las redes sociales.
La ingenuidad, como constante humana, está muy bien exhibida
en los campos de la política. Es asombrosa la candidez con la que se reciben
las promesas políticas imposibles de candidatos en campaña, llegándolos a
colocar en nichos más propios de magos que de gobernantes comunes.
Un fenómeno de inocencia y credulidad que es causa de hilaridad
cuando la vemos en generaciones anteriores, pero que se niega cuando lo mismo
sucede en nuestros tiempos. Somos, mucho me temo, tan ingenuos como antes, pero
no nos damos cuenta de ello.
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