A estas alturas de la vida, hay que valorar el desarrollo
humano como pieza fundamental de nuestro día a día ya que el que más y el que
menos, es muy consciente de que nuestra sociedad está cambiando demasiado
aprisa y cada uno de nosotros también cambiamos sin parar, en este momento, nos
enfrentamos a un desafío que nos ha tomado por sorpresa.
Los apoyos que recibimos de nuestras familias, amigos, organizaciones,
instituciones privadas o públicas, no están siendo suficiente, pues de alguna
manera también se enfrentan a esta aceleración de circunstancias que se manejan
más desde la inmediata urgencia, que desde una pausada, consciente y necesaria
reflexión que cada situación merece.
Y nosotros, tenemos que continuar con nuestra vida y nuestro trabajo y no
podemos esperar a que las cosas, reposen, se asienten o se tranquilicen para
recuperar una supuesta y prometida estabilidad, que nos ha sido inculcada desde
siempre y en la que nos sentíamos muy tranquilos y muy cómodos.
Una aparente estabilidad política, el crecimiento económico,
el bienestar social, entre otros, han dado paso a la desconfianza en las
instituciones públicas, la inseguridad en la estabilidad económica, el miedo al futuro y al recuerdo de
épocas que nos parecían más seguras y mas confortables.
Las redes sociales nos invaden de una “información” que nos
abruma, los teléfonos móviles cada vez mas complejos y mas ilimitados, nos
ayudan a conectarnos mejor, pero paradójicamente, cada vez nos quitan mas
tiempo de sueño y de vida.
Ante esta situación,
algunas personas han atravesado la frontera que separa una situación de
quietud, que espera que pase la tormenta con la esperanza de que todo sea
solucionado por quiénes, en teoría, tienen la capacidad y el poder para
hacerlo; por un compromiso personal de acción y de implicarse y de evolucionar
haciendo algo y formando parte de la solución en lugar de ser parte del
problema, desde la certeza absoluta, de que siempre habrá problemas, pero
también siempre podremos ofrecer soluciones a los mismos.
No está siendo fácil. Nos enfrentamos a miedos, a
resistencias personales y sociales, a la incertidumbre ante lo desconocido.
Pero para muchos, no ha habido elección. Cuando la vida confronta nuestra
estabilidad e inmovilismo con circunstancias difíciles de asimilar, desplegamos
una serie de recursos personales dormidos que tienen que ver con el instinto de
supervivencia del ser humano.
Empezamos a explorar mundos internos que desconocíamos, y
comenzamos a ver nuevas perspectivas y horizontes que nos amplían nuestra forma
de ver, de vivir y de sentir.
¿Por qué debemos esperar a que circunstancias externas nos
“fuercen” a renovarnos e reinventarnos? Tenemos capacidad de
elección y somos dueños de nuestra vida y de nuestras decisiones.
Podemos anticiparnos tomando en consideración todos nuestros recursos y
habilidades personales para ajustar nuestra existencia en la forma más
favorable para nosotros mismos.
Pero esto requiere de responsabilidad, de responder con
habilidad a las circunstancias específicas que nos acompañan. Y parte de esta
responsabilidad es tomar acciones distintas que nos permitan abrir nuevas
posibilidades ante nosotros.
La pregunta que se impone ahora es ¿cómo hacemos
esto? Desafortunadamente,
y por la experiencia de nuestro pasado, tenemos la tendencia a pensar que no
podemos, a sentirnos insignificantes en un mundo globalizado donde parece que
cualquier decisión externa tomada por otros tiene mucho más impacto del que
nosotros podamos aportar para el cambio.
Lo cierto es que esto no es verdad. Si atendemos a la
experiencia acumulada de la historia de la humanidad, podemos constatar que las
grandes crisis fueran resueltas por personas con ideas innovadoras, seguidas por
otras que a su vez, inspiraban a muchas más. Las culturas y comunidades,
pequeñas o grandes, han subsistido gracias a la aportación individual de cada
uno de sus miembros.
No ha habido en la historia nada ni nadie que haya podido
cambiar solo las circunstancias desfavorables en un momento dado.
Por ello, nuestra aportación individual a la comunidad es
esencial para el desarrollo de nuestra sociedad. No podemos permanecer
inmóviles esperando que las cosas cambien. Al contrario debemos involucrarnos
en hacer todo lo que esté en nuestras manos para aportar nuestro granito de
arena a la construcción de algo nuevo, de una sociedad mejor.
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