A todos nos gusta que las cosas salgan bien. Pero también
somos conscientes de que nuestros planes o aspiraciones no siempre terminan tal
y como lo habíamos ideado. Existen numerosos factores e imprevistos que son
imposibles de controlar y no conseguir los resultados esperados puede
llegar a frustrarnos.
Cuando la
exigencia nos exige demasiado, podemos llegar a pasarlo realmente mal.
Hay quienes convierten la conquista
de la perfección en
una meta obsesiva, que les genera malestar e insatisfacción continua. Son personas
demasiado exigentes, cuyas intransigencias con ellos mismos y los demás se
convierten en un auténtico problema. Vivir en una sociedad tan
competitiva como la actual, en ocasiones, nos impone metas inalcanzables. Sin
embargo, lo importante es saber cuando podemos exigirnos un poco más o cuando
es momento de levantar el pie del acelerador.
Ser demasiado exigentes
Cuando alguien exigente es consciente de sus fallos y se da
cuenta de que no puede conseguir lo que se proponía, se siente mal, se culpa,
se castiga y se machaca por dentro. Esta actitud
no beneficia, sino que genera sentimientos negativos como la insatisfacción. Una
insatisfacción fruto de unos propósitos no siempre del todo reales. Es por ello
tan importante aceptar que el error es parte del día a día y que no siempre
saldrá todo como esperamos.
Ser tan auto-exigente, más que una virtud, puede convertirse
en un defecto que nos acarree problemas con nosotros mismos y con los demás. Las personas
exigentes a menudo son tan intransigentes con los demás como con ellos mismos.
Esta actitud no lleva a nada bueno. No se puede pedir a nadie más de lo que es
capaz de dar, ni esperar que los demás sean como nosotros queremos. No todos
tenemos las mismas capacidades, ni los mismos gustos, ni las mismas
aspiraciones, ni vemos la vida con el mismo prisma.
La exigencia desmesurada genera estrés y ansiedad. Una persona
exigente busca permanentemente la perfección. No conseguirla le crea
insatisfacción, una emoción tóxica que lleva a la infelicidad.
Además, suelen
mostrarse susceptibles y sensibles a las ,
ya sean constructivas o destructivas. Por ejemplo, no soportan que alguien les
diga cómo hacer las cosas.
El origen de esta intransigencia generalmente está asociado a un
problema de autoestima, a no aceptarse como uno
es. El primer paso
será, por tanto, aprender a respetarnos, es decir, a querernos como somos, con
nuestras virtudes y defectos.
Para dejar que la exigencia se convierta en un problema, habrá que
cambiar las prioridades y aspiraciones. En lugar de
perseguir la perfección, uno debe ser consciente de cuáles son sus limitaciones
y también percatarse de las limitaciones de los demás.
Muchas personas proyectan sus exigencias en los demás
causando problemas emocionales. Hay padres
que frustran la felicidad de sus hijos exigiéndoles continuamente que sean perfectos.
Esto genera en los niños un sentimiento potencial de culpabilidad e inseguridad
ya que sus progenitores les hacen sentir que nunca cumplen con las expectativas
y se sienten, además, incapaces para hacerlo.
La exigencia y las relaciones de pareja
La exigencia con desmesura también puede afectar a las relaciones de pareja,
por lo que habrá que saber medir los niveles de intransigencia a los que
sometemos y retamos a la otra persona para no deteriorar o acabar con la
relación. Cuando mantenemos una relación de pareja, solemos proyectar nuestras
expectativas en la otra persona. Pero, ¿qué ocurre cuando nuestras expectativas
no coinciden con el comportamiento de nuestra pareja? Sufrimos, nos enfadamos.
Aquellos que son tan exigentes, pueden culpar a la pareja de
ser la causa de su infelicidad. Cuando las expectativas no se cumplen, culpamos
a la otra persona. «Antes no
eras así, has cambiado», dicen mucho. El quid de la cuestión, es
que todos cambiamos con el tiempo. Sino, estaríamos anclados a un inmovilismo
que nos impediría evolucionar. Por tanto,
amar sin exigencias, es amar respetando el crecimiento personal del otro.
Ser una persona exigente no tiene por qué convertirse en
algo negativo si sabemos gestionarlo y ponerle límites. La
exigencia nos puede ayudar a alcanzar metas o conseguir retos, algo que mejorará nuestra
autoestima. Pero tenemos que ser conscientes de que, aunque pongamos todo
nuestro empeño en hacer las cosas bien, no siempre obtendremos los resultados
esperados.
La vida no es perfecta y las personas tampoco lo somos.
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