Carlo Ginzburg es considerado el padre de la
‘microhistoria’.
Usted ha dicho que “la arrogante indiferencia hacia los
hechos no es algo nuevo”. Como es crítico de la palabra
“posverdad”, utilicemos fake news. ¿Cómo analizaría este fenómeno en
la actualidad?
La propagación de noticias falsas y rumores que no se
basan en hechos es historia antigua. Lo nuevo es el
contexto: Internet, que nos está afectando de muchas maneras.
La idea es mirar esta nueva realidad sin olvidar los
instrumentos forjados durante siglos por los historiadores e incluso por
otra gente. Creo que esta noción de posverdad es un desafío. Busco la verdad
sin las comillas. Tenemos que develar esa verdad detrás de la llamada
posverdad.
También ha dicho que los grandes novelistas del
realismo son historiadores de costumbres. ¿Cómo se vinculan la
literatura y la historia?
Ha habido una especie de competencia por la representación
de la realidad entre, por un lado, poetas y novelistas; y, por otro, los
historiadores. Pero también ha habido un intercambio de
dispositivos utilizados por ambos grupos. Este intercambio mutuo me
parece muy interesante. La etimología de la palabra “ficticio” también lo es:
fingo viene del latín y significa ‘moldear’, ‘dar forma’, ‘hacer un
objeto’. Podemos decir que lo moldeado es algo que se ha creado, pero no es la
realidad en sí misma. He estado reflexionando durante mucho tiempo
sobre esta ambigüedad.
Creo que es muy importante y se vincula con
la idea de fake news, es decir, noticias que son difundidas a través
Internet y afectan el comportamiento de las personas. Tenemos que
analizar sus efectos
¿Cuáles son los peligros de Internet en el presente
inmediato?
Usted habla de la pérdida del vínculo con el pasado,
pero ¿también lo serían las múltiples interpretaciones y la
perpetuación de lo irrelevante? Pero este no es un
fenómeno nuevo. La imprenta también generó este tipo de reacciones: “ahora
todo se puede publicar”, “se va a dar lugar a las mentiras”. Lo
cierto es que Internet es una tecnología mucho más poderosa y rápida
que la imprenta. Por eso me gustaría subrayar su potencialidad. Lo crucial es
aprender a usar Internet de manera menos simplista: no solo buscar
respuestas, sino también preguntas que, a su vez, nos lleven a otras. Esta no
es una alternativa a las bibliotecas. Hay muchos libros en Internet,
pero las bibliotecas siguen siendo la principal reserva del
conocimiento.
¿Y cómo sería esa forma menos simplista de usar Internet?
Es un poco paradójico. Se dice que tenemos que evitar
el ruido electrónico. Al contrario, creo que este es útil. De lo que puede
comenzar como algo vago, puede surgir un nuevo conocimiento
inesperado. ¿Cómo es posible? Pesan mucho los antecedentes y formación de
cada uno, lo que contradice la noción de que Internet es una
herramienta democratizadora. Esto se puede enseñar, pero no por Internet.
Investigar no es simplemente encontrar una respuesta, la investigación es,
sobre todo, encontrar preguntas.
Usted lamenta que los escépticos y los positivistas
hayan puesto a la verdad de la historia en el centro de la discusión.
Para usted, es mucho más importante el debate sobre la
prueba histórica. ¿Qué lugar ocupa esta prueba entre estos dos
extremos? ¿Habría que encontrar un equilibro?
No usaría la palabra ‘equilibrio’. Es mejor hablar de una
tensión. Y tenemos que encontrar una trayectoria que esté lejos de ser solo
positivismo o posmodernismo escéptico. Tenemos que ver la evidencia o prueba
histórica como un fenómeno de múltiples capas y aprender a leer entre líneas.
Esto es literal respecto a los textos y metafórico respecto a los objetos. La
idea es ir más allá de la superficie, que es importante, pero siempre hay algo
más profundo.
Y así volvemos al tipo de análisis que propongo: la
microhistoria. Así como con el microscopio, hay que ver más allá.
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