La naturaleza de la consciencia es uno de los grandes
problemas que la moderna Biología tiene aún por resolver. Es un problema muy
especial, pues ni siquiera sabemos bien cómo abordarlo. Abundan, no obstante,
las reflexiones de todo tipo sobre el mismo, y, en menor cuantía, las
observaciones clínicas en pacientes anestesiados o los trabajos experimentales
con humanos sobre percepción consciente, particularmente la visual.
Lo más
especial es que el problema de la naturaleza de la consciencia no se agota en
el conocimiento de los circuitos y la actividad cerebrales que la hacen
posible, pues lo que más nos intriga a los científicos es cómo esa actividad
cerebral genera el estado consciente, es decir, cómo tiene lugar la emergencia
o cambio cualitativo que convierte la actividad de las neuronas y los circuitos
cerebrales en percepciones conscientes tan específicas y genuinas como el
dulzor del dulce, la rojez del rojo, el dolor de lo doloroso o el sentimiento
de miedo, es decir, cómo son posibles las diversas experiencias o percepciones
conscientes, reales o ilusorias, que invaden nuestra mente y que los filósofos
llaman qualia.
Si nos preguntamos cómo el cerebro hace posible la
experiencia consciente, es decir los qualia, ¿qué tipo de respuesta estamos
esperando?, ¿cómo entender el cambio cualitativo del fenómeno fisiológico al
fenómeno mental, la transformación de la materia biológica objetiva en
imaginación o experiencia consciente subjetiva?, ¿acaso algoritmos informáticos
o fisiológicos?, ¿nos valdría una fórmula matemática, nuevas partículas
físicas, como el recientemente conocido bosón de Higgs, o alguna forma de
energía hasta ahora desconocida? Quizá no, pues cada una de esas y otras
posibles respuestas podrían no ser concluyentes y generar a su vez nuevas
preguntas.
Cuando nos preguntamos sobre posibles seres en otros planetas, cuya
existencia desconocemos, podemos imaginar cómo serían, es decir, podemos
concebir ideas o hipótesis sobre su forma, tamaño, inteligencia, etc., aunque
después esas hipótesis no se compadeciesen con la realidad. Pero en el caso de
la consciencia lo que ocurre es que ni siquiera somos capaces de concebir
hipótesis sobre su naturaleza. Es decir, cuando estudiamos la naturaleza íntima
de la consciencia ni siquiera sabemos lo que estamos buscando y quien no sabe
lo que busca difícilmente podrá entender lo que encuentre.
Una metáfora muy utilizada para explicar la consciencia es
la que afirma que de la misma manera que la temperatura no es más que la
cinética o velocidad de movimiento de las partículas que integran un cuerpo, la
consciencia debería ser lo mismo que la actividad fisiológica cerebral que la
hace posible, y punto. Es decir, lo mismo aunque visto desde otra perspectiva.
Pero no podemos conformarnos con esa explicación, porque aunque la temperatura
que evalúa un termómetro sea únicamente una manera macroscópica de observar el movimiento
de las partículas, el cerebro, a diferencia del termómetro, no sólo evalúa,
sino que convierte el resultado de su evaluación en la experiencia que llamamos
calor. Si entonces decimos que el calor no es otra cosa que el modo que tiene
nuestro cerebro de percatarse del movimiento de las partículas de un cuerpo,
seguimos sin explicar la naturaleza o cualidad de esa percepción consciente.
¿Tiene entonces solución el problema de la naturaleza de la
consciencia? Yo, personalmente, creo que no, e intentaré explicar por qué
mediante otra metáfora. Para preparar una comida sabrosa necesitamos una buena
receta, adecuados ingredientes y un buen cocinero o cocinera. Pero, si además
supiésemos cómo la combinación de ingredientes y su cocinado originan
finalmente el sabor de esa comida, la experiencia consciente de degustarla,
¿podría ese conocimiento mejorar el sabor de lo cocinado? ¿Le aportaría alguna
nueva propiedad, ventaja o utilidad práctica? Probablemente no. Es decir, a
priori parece más relevante y necesario conocer los ingredientes y la mezcla
precisa que hacen posible un sabor que conocer la naturaleza del propio sabor
como experiencia mental consciente.
Pues igualmente, si tuviésemos alguna
explicación convincente sobre cómo la fisiología inconsciente se convierte en
psique consciente y en qué consiste esta última, es muy posible que ese
conocimiento no sirviera para mucho más que para satisfacer nuestra curiosidad
científica, sin aportar ninguna ventaja práctica.
Y esa es para mí la clave dado que, a lo largo del proceso
evolutivo, la selección natural tiende a promover cosas útiles, cosas que
sirvan para una mejor adaptación de los organismos a su medio. Por tanto,
aunque conocer los mecanismos bioquímicos y neuronales que hacen posible la
consciencia es algo que podremos lograr y que tendrá sin duda consecuencias
prácticas en la clínica o la educación,
conocer cómo esos mecanismos generan la
cualidad de la experiencia consciente, sería probablemente de poca o ninguna
utilidad práctica.
Y quizá esa es la razón por la que la selección natural
puede no haber promovido un desarrollo suficiente del cerebro humano que
permitiera entender la naturaleza de la consciencia. Es decir, del mismo modo
que un chimpancé no tiene un cerebro capacitado para entender la raíz cuadrada
o el concepto de sobrenatural, el cerebro humano puede no estar capacitado para
entender la naturaleza de la consciencia. Ésta fue promovida por la selección
natural en respuesta a los cambios y desafíos que se produjeron en determinados
momentos de la evolución en el entorno de los animales como un medio para
favorecer su adaptación a esos cambios o desafíos. Para sobrevivir los animales
tuvieron que desarrollar flexibilidad mental y conductual, que es lo que
proporciona la consciencia. Un chimpancé no puede hacer raíces cuadradas, pero
no tiene el problema de cómo la materia se convierte en imaginación. Ese
problema lo tiene cuando su cerebro evoluciona hasta convertirse en un cerebro
humano y pueda hacer raíces cuadradas.
Del mismo modo, nuestra capacidad
cerebral para entender la naturaleza de la mente consciente evolucionará cuando
nuevas condiciones o desafíos ambientales hagan verdaderamente necesario ese
entendimiento, pero es muy posible que entonces surjan nuevas y más difíciles
cuestiones que muy probablemente serán el precio de tal promoción.
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