miércoles, 3 de abril de 2019

Las Entrañas De La Mente

La naturaleza de la consciencia es uno de los grandes problemas que la moderna Biología tiene aún por resolver. Es un problema muy especial, pues ni siquiera sabemos bien cómo abordarlo. Abundan, no obstante, las reflexiones de todo tipo sobre el mismo, y, en menor cuantía, las observaciones clínicas en pacientes anestesiados o los trabajos experimentales con humanos sobre percepción consciente, particularmente la visual. 

Lo más especial es que el problema de la naturaleza de la consciencia no se agota en el conocimiento de los circuitos y la actividad cerebrales que la hacen posible, pues lo que más nos intriga a los científicos es cómo esa actividad cerebral genera el estado consciente, es decir, cómo tiene lugar la emergencia o cambio cualitativo que convierte la actividad de las neuronas y los circuitos cerebrales en percepciones conscientes tan específicas y genuinas como el dulzor del dulce, la rojez del rojo, el dolor de lo doloroso o el sentimiento de miedo, es decir, cómo son posibles las diversas experiencias o percepciones conscientes, reales o ilusorias, que invaden nuestra mente y que los filósofos llaman qualia.

Si nos preguntamos cómo el cerebro hace posible la experiencia consciente, es decir los qualia, ¿qué tipo de respuesta estamos esperando?, ¿cómo entender el cambio cualitativo del fenómeno fisiológico al fenómeno mental, la transformación de la materia biológica objetiva en imaginación o experiencia consciente subjetiva?, ¿acaso algoritmos informáticos o fisiológicos?, ¿nos valdría una fórmula matemática, nuevas partículas físicas, como el recientemente conocido bosón de Higgs, o alguna forma de energía hasta ahora desconocida? Quizá no, pues cada una de esas y otras posibles respuestas podrían no ser concluyentes y generar a su vez nuevas preguntas. 

Cuando nos preguntamos sobre posibles seres en otros planetas, cuya existencia desconocemos, podemos imaginar cómo serían, es decir, podemos concebir ideas o hipótesis sobre su forma, tamaño, inteligencia, etc., aunque después esas hipótesis no se compadeciesen con la realidad. Pero en el caso de la consciencia lo que ocurre es que ni siquiera somos capaces de concebir hipótesis sobre su naturaleza. Es decir, cuando estudiamos la naturaleza íntima de la consciencia ni siquiera sabemos lo que estamos buscando y quien no sabe lo que busca difícilmente podrá entender lo que encuentre.

Una metáfora muy utilizada para explicar la consciencia es la que afirma que de la misma manera que la temperatura no es más que la cinética o velocidad de movimiento de las partículas que integran un cuerpo, la consciencia debería ser lo mismo que la actividad fisiológica cerebral que la hace posible, y punto. Es decir, lo mismo aunque visto desde otra perspectiva. Pero no podemos conformarnos con esa explicación, porque aunque la temperatura que evalúa un termómetro sea únicamente una manera macroscópica de observar el movimiento de las partículas, el cerebro, a diferencia del termómetro, no sólo evalúa, sino que convierte el resultado de su evaluación en la experiencia que llamamos calor. Si entonces decimos que el calor no es otra cosa que el modo que tiene nuestro cerebro de percatarse del movimiento de las partículas de un cuerpo, seguimos sin explicar la naturaleza o cualidad de esa percepción consciente.

¿Tiene entonces solución el problema de la naturaleza de la consciencia? Yo, personalmente, creo que no, e intentaré explicar por qué mediante otra metáfora. Para preparar una comida sabrosa necesitamos una buena receta, adecuados ingredientes y un buen cocinero o cocinera. Pero, si además supiésemos cómo la combinación de ingredientes y su cocinado originan finalmente el sabor de esa comida, la experiencia consciente de degustarla, ¿podría ese conocimiento mejorar el sabor de lo cocinado? ¿Le aportaría alguna nueva propiedad, ventaja o utilidad práctica? Probablemente no. Es decir, a priori parece más relevante y necesario conocer los ingredientes y la mezcla precisa que hacen posible un sabor que conocer la naturaleza del propio sabor como experiencia mental consciente. 

Pues igualmente, si tuviésemos alguna explicación convincente sobre cómo la fisiología inconsciente se convierte en psique consciente y en qué consiste esta última, es muy posible que ese conocimiento no sirviera para mucho más que para satisfacer nuestra curiosidad científica, sin aportar ninguna ventaja práctica.


Y esa es para mí la clave dado que, a lo largo del proceso evolutivo, la selección natural tiende a promover cosas útiles, cosas que sirvan para una mejor adaptación de los organismos a su medio. Por tanto, aunque conocer los mecanismos bioquímicos y neuronales que hacen posible la consciencia es algo que podremos lograr y que tendrá sin duda consecuencias prácticas en la clínica o la educación, 
conocer cómo esos mecanismos generan la cualidad de la experiencia consciente, sería probablemente de poca o ninguna utilidad práctica. 

Y quizá esa es la razón por la que la selección natural puede no haber promovido un desarrollo suficiente del cerebro humano que permitiera entender la naturaleza de la consciencia. Es decir, del mismo modo que un chimpancé no tiene un cerebro capacitado para entender la raíz cuadrada o el concepto de sobrenatural, el cerebro humano puede no estar capacitado para entender la naturaleza de la consciencia. Ésta fue promovida por la selección natural en respuesta a los cambios y desafíos que se produjeron en determinados momentos de la evolución en el entorno de los animales como un medio para favorecer su adaptación a esos cambios o desafíos. Para sobrevivir los animales tuvieron que desarrollar flexibilidad mental y conductual, que es lo que proporciona la consciencia. Un chimpancé no puede hacer raíces cuadradas, pero no tiene el problema de cómo la materia se convierte en imaginación. Ese problema lo tiene cuando su cerebro evoluciona hasta convertirse en un cerebro humano y pueda hacer raíces cuadradas. 

Del mismo modo, nuestra capacidad cerebral para entender la naturaleza de la mente consciente evolucionará cuando nuevas condiciones o desafíos ambientales hagan verdaderamente necesario ese entendimiento, pero es muy posible que entonces surjan nuevas y más difíciles cuestiones que muy probablemente serán el precio de tal promoción.

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