Con razón decimos que en ocasiones “sobran las
palabras”, que «con un gesto basta» y que «hay imágenes que valen más de mil
palabras». Muchas veces nos cuesta
encontrar conceptos para ponerle nombre a lo que sentimos, nos supone un
reto ordenarlos y crear una descripción que resulte cohesionada para el oído ajeno y
acertada para el propio.
A veces es una canción,
esa que suena de pronto en la radio y que alegra un mal día, esa a la que
recurrimos como alimento básico y no perecedero de nuestra alma, esa letra que
se guía de música y que se convierten en unas palabras
prestadas que encajan en nuestra situación y definen lo que
nos ocurre sin conocernos.
Otras veces es un abrazo que se recibe en el momento preciso,
ese en el que andabas ojeando en el diccionario como expresar lo que
sientes. Abrazos que son salvavidas en el mar de las emociones. Abrazos que
definen a quien los da, que cohesionan las partes de quien lo recibe y llenan
de significado el momento.
Puede ser el silencio el que nos de las respuestas. La
ansiada explicación deja de interesar cuando te encuentras contigo mismo,
cuando levantas tu piel y descubres del fuerte material del que estás
hecho.
Otras veces es una sonrisa, un conversar sin
prisas, una mirada
que te da cuenta de que no eres invisible, un oído que se posa
en tu pecho y comprende lo que te sucede solo con oír los latidos de tu
corazón.
En muchas ocasiones es esa persona que llega a ti en forma de
regalo sin envolver, y que con su mezcla de gestos, palabras e
historias en común, te inspira y
ayuda a reordenar el discurso de tus emociones.
Por más que nos empeñemos, las palabras no son suficientes,
y más que protagonistas son complemento. Las palabras son necesarias, pero el grado de
empatía, nuestro efecto en los demás, no depende de
la facilidad de oratoria, sino del saber mirar a través de la piel, de saber
abrazar con una mirada y de ser el resultado más protagonista que la
acción.
Que un discurso tenga calidad no asegura su éxito. El éxito
depende de la conexión entre tus palabras y el corazón oyente (siempre he
pensado que el éxito de mis textos se define por el efecto que provoca en
vosotros y eso os aseguro que no depende solo de las palabras).
No te asustes si no encuentras
ideas que definan lo que sientes, porque puede que la
definición esté en un abrazo, en una canción o en un oído amigo.
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