En la psicología budista, la mente es descrita como un sexto
sentido, que se suma a los cinco habituales (vista, oído, olfato, gusto y
tacto). Desde esta perspectiva, del mismo modo que el ojo percibe todo tipo de
formas, colores y luces, el oído toda clase de sonidos, y la nariz todos los
olores, la mente percibe todo tipo de pensamientos: grandes y pequeños,
hermosos y feos, interesantes y aburridos, sabios y ridículos, etc. La mayoría
de las personas no se identifican a sí mismas con los colores y las formas que
ven, ni con las texturas que tocan. Normalmente no pensamos, por ejemplo: “Soy
verde claro” o “soy rugoso”, cuando vemos algo verde o tocamos algo rugoso.
Pero los pensamientos, como objetos de la mente, son un poco distintos y,
quizás porque son inmateriales e internos, somos más propensos a confundirlos
por quienes somos.
Los pensamientos de autoevaluación son particularmente
seductores y convincentes. Aparecen en la mente disfrazados de verdad absoluta.
Cuando aparecen pensamientos como: “No sirvo para nada”, “No soy querible”, “He
defraudado a la gente” o “No tengo remedio”, enseguida nos quedamos atrapados
en ellos y los separamos de otros comentarios internos como si fuesen verdades
con autoridad. Aunque esto no les ocurra a todas las personas, muchos tenemos
la tendencia profundamente arraigada de desestimar las fantasías y otras
categorías de pensamientos como fabricaciones de la mente, y, en cambio,
tomamos cualquier juicio sobre uno mismo como una verdad absoluta. Esta es
precisamente la razón de que el reconocimiento de que los pensamientos no
son la realidad pueda brindarnos una gran paz emocional.
Dependiendo de su grado de
elaboración, los pensamientos pueden ir de simples movimientos rápidos de
energía de la mente, a pensamientos diferenciados, hasta ensoñaciones
elaboradas. Tal vez te preguntes: “¿Qué parte de mí es la que sabe que estoy
pensando?” Vamos a llamarla “conciencia”. Aunque pueda parecer escurridiza,
cuanto más llegues a conocerla y más aprendas a volver a ella y confiar en
ella, más feliz serás. La mayor parte del tiempo, los pensamientos simplemente
se producen sin ser conscientes de ellos.
La práctica meditativa no implica generar pensamientos
voluntariamente, controlar los propios pensamientos ni tampoco manipularlos. Al
contrario, supone ser consciente de los pensamientos como pensamientos, dejando
que surjan y desaparezcan sin retenerlos ni rechazarlos. Esta capacidad de ser
consciente de los pensamientos puede ser usada cada vez que te acuerdes de
prestar atención, ya sea meditando o en la vida cotidiana.
Esta conciencia no es algo nuevo que necesites aprender. Ya
está ahí y la tienes a tu disposición en cualquier momento, sin importar lo que
está ocurriendo. La conciencia está ahí de forma natural, pero puede pasar
inadvertida durante toda una vida, por lo que es necesario explorarla y
conocerla experiencialmente.
A medida que te familiarices con tu conciencia, te darás
cuenta de que se puede convertir en tu refugio último, un lugar natural de
equilibrio para la mente y el corazón, con una capacidad ilimitada para
encontrarse con la experiencia y abrazarla.
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