Cuando hablamos de esfuerzo casi todo el mundo percibe una
connotación negativa y lo asocian al sacrificio, a la lucha o a las
privaciones.
Por supuesto que el esfuerzo nunca te garantiza el éxito por
sí solo, pero sin él, difícilmente te llegará. Si tienes cualquier atisbo de
duda sobre ello, estudia la biografía de cualquier persona que haya alcanzado
cotas importantes en su profesión y comprobarás que todo logro viene precedido
por él.
Yo suelo poner siempre este ejemplo, sencillo pero
clarificador:
¿Cómo aprendiste a andar?
¿Lo hiciste la primera vez que intentaste ponerte de pie o
lo hiciste tras lograr sostenerte después de intentarlo muchas veces y tras
caerte y volverte a levantar cuando intentabas dar tus primeros y torpes pasos?
¿Cómo aprendiste a hablar?
¿Lo hiciste ya de entrada como un gran orador o te costaba
horrores balbucear y apenas se te entendía nada, hasta que a base de repetición
lograste poder hacerlo?
Te hago estas reflexiones porque últimamente existe una
corriente de pensamiento, sobre todo en las personas de la “new age”, que
aconsejan dejarte fluir y no esforzarte por nada. De hecho, no esforzarse es
algo que la mayoría ya hacen de forma insconsciente.
Te aseguro que cualquier cosa que realmente puedes valorar
requiere esfuerzo, porque precisamente lo que no entraña esfuerzo por nuestra
parte no lo valoramos. Ahora bien,
¿Qué es realmente el esfuerzo personal?
Para mí es el conjunto de acciones que llevas a cabo para
lograr un fin. Y esas acciones son tanto mentales, emocionales, como físicas.
Cuando empleamos mucho esfuerzo y no obtenemos lo que deseamos de forma parcial
o total solemos decir que algo no merece la pena.
En términos profesionales o empresariales también lo
asociamos a la
productividad. Si podemos hacer algo de forma
rápida, sencilla y eficaz, decimos que somos altamente productivos. Por
ejemplo, en España y los países latinos no lo somos y en cambio los países
nórdicos lo son muchísimo.
En mayor o menor medida todo requiere esfuerzo personal. La
diferencia es que si ese esfuerzo es realizado con pasión, automotivación y disfrute de lo que
hacemos, a menudo no lo vemos como tal. Por ejemplo, cualquier deportista debe
realizar un esfuerzo pero si es algo que hace con entusiasmo, no lo observará
como algo fatigoso.
Si te apasiona montar en bicicleta, puedes pasarte horas
haciéndolo y esforzándote por subir un puerto de montaña, pero ese esfuerzo lo
haces muy a gusto y te produce bienestar.
Las personas que reniegan de la cultura del esfuerzo y
propugnan el “dejarse fluir” es evidente que consideran que cualquier esfuerzo
es algo doloroso y que entraña lucha o competencia.
El esfuerzo personal es algo necesario y propicia nuestro
desarrollo individual y colectivo, porque conlleva la aplicación de todas las
virtudes que como seres humanos nos hacen evolucionar.
Lo cómodo siempre suele ser no esforzarse y llegados a este
punto son muchos los que pretenden que las cosas les sean fáciles y que el
esfuerzo lo hagan los demás.
Las personas que poseen una firme voluntad y propósito
de vida, suelen vivir en la cultura de esforzarse y
superarse de manera continua, mientras otros se limitan a ver la vida pasar sin
realizar ningún avance en su vida, porque más que vivir sobrevive.
Todo depende de cuál sea tu escala de valores y principios.
¿Cuáles son los tuyos?
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