A veces no puedo con todo, a veces no alcanzo, no llego, no
tengo bastantes manos, ojos y tiempo para todos y todo…. pero no pasa nada. En
realidad no importa, porque saber dónde está mis límites y dónde terminan mis ganas es bueno y es
saludable. Entender que yo también me necesito y que tengo derecho a decir «no
puedo más» responde a la necesidad de no perder el aliento.
Puede parecer irónico, pero si hay un estado al que
muchos hemos llegado es a «sentirnos cansados de estar cansados». Es una
experiencia vital abrumadora, no hay duda, porque no solo quedamos cautivos de
un cuerpo que se siente agotado, sino que además en nuestra mente se baten dos
voces nerviosas que se gritan al unísono. La primera no hace más que repetir
aquello de «no te pares ahora, tienes muchas cosas que hacer», mientras
la otra, insiste en forma de letanía «pero si ya no doy más de mí».
«¿De qué está uno harto cuando no puede más? De la vida
misma. Del aburrimiento. Del cansancio que se siente cuando uno se mira al
espejo por la mañana».
-Henning Mankell-
En estas situaciones de no puedo con todo no sirve de nada
cantar el «Let It Go» de Frozen, ni pintar mandalas, ni tomarnos una
tarde libre, ni desconectar de todo durante unas horas imaginando que
somos los únicos habitantes de la Tierra, que estamos solos y que nada ni nadie
requiere nuestra atención inmediata. Son tiritas temporales ante una herida
más profunda, anestésicos que en cortan al hemorragia… pero difícilmente
cicatrizantes que curan o reparan.
Porque lo creamos o no, hay cansancios que reflejan
problemas subyacentes, procesos de estrés y ansiedad muy debilitantes. Lugares
en los que nos topamos con la árida imposibilidad de pensar con claridad,
de aunar adecuadas estrategias para afrontar un estado de ánimo que puede
apagar nuestra vitalidad y hacer que caigamos enfermos.
Para entender la complejidad de estas situaciones te
pondremos un sencillo ejemplo en el que reflexionar. Carolina trabaja todos los
días de 9 a 5 de la tarde. Cuando termina su jornada laboral se ocupa de
su madre con Alzheimer. Todos los meses guarda una parte de su salario para
poder pagarle un máster a su hermana pequeña, algo que su marido, actualmente
desempleado, no sabe. Carolina quiere lo mejor para todos, desea atender bien a
su madre, ofrecerle un buen futuro a su hermana y dar una imagen de normalidad
ante su pareja.
El nivel de agotamiento físico y mental al que ha llegado de
forma gradual nuestra protagonista es extremo. Hay días en que baraja otras
opciones, quizá pagar a una persona para que le ayude con su madre, pero sabe
que eso supondría no poder ahorrar para los estudios de su hermana.
Su cerebro busca alternativas y son los lóbulos frontales
los que llevan a cabo esta afinada tarea de planificación, reflexión y
análisis. Sin embargo, cuando no se hallan adecuadas salidas a los momentos más
necesitados, entra en acción nuestro cerebro primitivo.
Es entonces cuando quedamos inmovilizados, cuando nuestra
química cerebral cambia y la mente se convierte en un laberinto sin salida
donde quedamos atrapados en el «haga lo que haga todo va a salir mal». El
corazón se acelera, las hormonas pierden su equilibrio y el demonio del miedo
nos domina.
Ese ciclón interno que todo lo arrasa sume a nuestra mente y
a nuestro cuerpo en un estado tan intenso de sobre-activación, que el cansancio se
instala en cada átomo, en cada fibra, en cada tendón y en cada parpadeo…
Carolina en ese momento piensa en el no puedo con todo y eso la paraliza.
«Tengo tantas cosas que hacer que no sé por dónde empezar,
pero si no empiezo ya, luego será peor». «Mi jefe me va echar si no termino
esto». «Mis padres se van a decepcionar si no voy esta tarde»… Si pensamos en
esta y otras frases que orlan nuestro lenguaje, nos daremos cuenta de que
vivimos enraizados en la inflexión del eterno condicional: si no hago esto
es posible que…
«La mente no tiene límites, pero el cansancio sí».
-Syd Barrett-
Vivir en base a suposiciones asociadas casi siempre a lo
catastrófico agota la mente y aniquila el ánimo, así de simple. Asumir con firmeza que en esta vida
no se puede con todo es un principio de salud, de higiene emocional, porque
quien lo carga todo sobre su espalda tarde o temprano acaba sin fuerzas. Por
ello, te proponemos que reflexiones por un momento en las siguientes
dimensiones, estamos seguros de que te servirán de ayuda.
Aunque sea duro admitirlo, a veces, somos nosotros los que
caemos en nuestra propia trampa. Decirnos aquello de que «podemos con
todo» es un sesgo muy peligroso, un error que corregir de forma adecuada
integrando esquemas de pensamientos más integrativos, más auto-respetuosos.
Estos serían algunos de ellos:
Cada día cuando te levantes, recuerda esta sencilla frase: «estoy
haciendo lo mejor que puedo en este momento dados los recursos de los que
dispongo y el estado en el que me encuentro».
Evita esas trampas en las que a menudo caemos con nuestro
lenguaje o pensamiento. En lugar de «no lo bastante bien, debo trabajar más
duro para llegar a todos», sustitúyelo por «voy a dar lo mejor de mi cada
día y en cada instante, pero sin descuidar mi propia persona».
Cuando te sientas agotado/a, cuando percibas que tu cuerpo
no da más de sí… a pesar de haber descansado lo suficiente, analiza tus
pensamientos. En ocasiones, lo que más desgasta es el propio desánimo, son
los pensamientos rumiantes, el «no voy a llegar», el «haga lo que
haga no sirve de nada».
Por último, y no menos importante, es esencial que cuides y
atiendas tus ritmos circadianos y tus rutinas. Tener tiempos de descanso,
disponer de unas horas del día para ti, no significa ni mucho menos que rindas
menos o que le falles a alguien: es salud, es equilibrio y es bienestar.
Asimismo, tener la valentía de decir en voz alta que
tienes límites, que no puedes más o que te niegas a asumir más responsabilidades, tampoco supondrá ninguna catástrofe, no se
acabará el mundo, no caerán las estrellas del cielo, ni se marchitarán las
flores…
Si lo pruebas, si te atreves a ponerlo en práctica
descubrirás que no pasará NADA… Todos en algún momento hemos pensado en ese «no
puedo con todo». Pero el no puedo con todo puede afrontarse poniendo límites
saludables.
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