Cuando la mente conduce seguramente tomará el
camino de las razones que pueda dictarle su cerebro y el amplio margen de
maniobra que el uso de un lenguaje, rico en expresiones idiomáticas,
pueda otorgarle.
Pero esta es la cuestión, la mente no puede asumir
sobre sí misma, atribuciones que claramente no le competen, no nos estamos
dirigiendo al intelecto humano, pretendemos llegar al único lugar
de dónde han partido nuestras emociones y ese lugar no es otro que el corazón,
donde anida lo más puro del sentimiento humano.
De manera que nos hemos enfrentado a definir
nuestro rumbo y una vez que sabemos hacía dónde y a quién nos dirigimos,
dejamos que toda nuestra habilidad expresiva pierda absolutamente todo su
sentido, no se trata entonces de meras construcciones intelectuales, se trata
de superar razones y justificaciones que nada valen, para recurrir al único
medio que siempre hemos utilizado el genuino uso de los dictados del corazón.
Ahora bien, lo dicho al corazón ya está dicho, este
ha sido el destinatario y el único receptor de todo lo que hemos dicho, lo
dicho y lo sentido tienen claramente todo lo expresado y no tendría mayor
sentido volver a trillar una senda ya recorrida, esto es algo de tu y yo y
nadie más podrá jamás entenderlo, es por eso que una vez que abrimos las
puertas de nuestro “ser interior” sabemos que hemos tomado una decisión sin
retorno, lo que tienes en el corazón pertenece a tu corazón y a nadie más, es
algo íntimo, medular e incorruptible.
Las palabras ahora carecen de sentido, el único
campo de pruebas es tu persona quizás puedas intentar elaborar una muy sesuda
disculpa pero tanto yo como tú sabemos en lo profundo de nuestro ser, cuáles
han sido los sentimientos que nos han embargado, nadie más lo ha experimentado,
puedes cultivar lo que sientes o intentar extirparlo es allí donde late
como un embrión fecundado, unido al cordón umbilical de tu corazón y a sus
latidos.
Pocos serán quienes puedan entender esto que hoy
menciono, está escrito en un lenguaje desconocido para muchos, está
escrito en el idioma del amor, el mismo amor que le da sentido a nuestra
existencia.
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