El
conocimiento propio surge cuando nos damos cuenta de nosotros mismos en la
relación, la cual nos muestra lo que somos de momento en momento.
La
relación es un espejo en el cual nos vemos tal como realmente somos.
Sin
embargo, la mayoría somos incapaces de mirar lo que somos en la relación,
porque de inmediato empezamos a condenar o justificar lo que vemos. Juzgamos,
valoramos, comparamos, negamos o aceptamos, nunca observamos realmente ‘lo que
es’, y para casi todos parece que esto es algo muy difícil de hacer
.
Sin
embargo, observar “lo que es” es en sí mismo conocimiento propio.
“Si hemos de crear un mundo
nuevo, una nueva civilización, un arte nuevo, no contaminado por la tradición,
el miedo, las ambiciones, si hemos de originar juntos una nueva sociedad en la
que no existan el «tú» y el «yo», sino lo nuestro, ¿no tiene que haber una
mente que sea por completo anónima y que, por lo tanto, esté creativamente
sola? Esto implica, ¿no es así?, que tiene que haber una rebelión contra el
conformismo, contra la respetabilidad, porque el hombre respetable es el hombre
mediocre, debido a que siempre desea algo; porque su felicidad depende de la
influencia, o de lo que piensa su prójimo, su gurú, de lo que dice el Bhagavad Gita o
los Upanishads o
la Biblia o Cristo.
Su mente jamás está sola. Ese hombre nunca camina solo, sino que siempre lo
hace con un acompañante, el acompañante de sus ideas. ¿No es, acaso, importante
descubrir, ver todo el significado de la interferencia, de la influencia, ver
la afirmación del «yo», que es lo opuesto de lo anónimo? Viendo todo eso, surge
inevitablemente la pregunta: ¿Es posible originar de inmediato ese estado de la
mente libre de influencias, el cual no puede ser afectado por su propia
experiencia ni por la experiencia de otros, ese estado de la mente
incorruptible, sola? Únicamente entonces es posible dar origen a un mundo
diferente, a una cultura y una sociedad diferentes donde puede existir la
felicidad.” El libro de la vida de Khrishnamurti
Hace unos cuántos días que vienen a mi mente las
palabras de Krishnamurti las cuales había oído por primera vez en Montevideo,
en la época de mis años jóvenes, recuerdo que participé invitado por amigos a
una conferencia que se realizaba en la Sociedad Teosófica y como incursionábamos
en el estudio de La Filosofía, en la Facultad de Humanidades y Ciencias, en el
viejo local de la calle Juan Lindolfo Cuestas, encontramos muy interesante la
concurrencia.
Recuerdo que la primera impresión que tuve ante
este hombre de edad madura y mirada penetrante es que sus palabras estaban
dirigidas a personas ausentes, que las cosas que manifestaba me llegaban como
provenientes de un lugar que me resultaba vagamente conocido, algo que desde
muy adentro pugnaba por el intento de identificarse, de liberarse, como si
estuviese maniatado por una telaraña de preconceptos e ideas, implantadas desde
vaya uno a saber cuántas generaciones anteriores, generándonos tanto a mí como
a quienes me acompañaban, esa extraña sensación de estar encapsulados dentro de
una mente cautiva y dependiente de su entorno “socialmente correcto”
Lo cierto es que ante mí, se abrían de par en par
las puertas de mi intelecto, todo cuánto pretendía conocer, todo cuánto
constituía “mi bagaje” de conocimiento académicamente adquirido, se precipitó
encima, como una estantería plagada de libros de texto, escritos religiosos,
etc., todo el entramado del pensamiento “occidental y cristiano” se mezclaron
unos a otros, perdiendo su exclusividad en cuánto su “verdad verdadera” para
mostrar impúdicamente su extrema desnudez, su absoluta interdependencia con el
“pensar de los otros” y que cuánto intelectualmente nos cubría, no eran más que
unas inútiles “hojas de parra” con las cuales pretendíamos, como hasta ahora,
cubrir nuestra desnudez ante los ojos del “Gran Creador” de nuestros días.
Los años han pasado desde aquellos días de nuestra
juventud, pero esa primera impresión ante la inmensidad y grandeza del
intelecto humano permanece indeleble en cada una de nuestras manifestaciones.
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