El paso del tiempo es el protagonista de numerosas obras
artísticas.
Nos apasiona. Nos gusta medirlo y hablar de él. A veces
anhelamos que llegue un tiempo concreto y otras veces odiamos verlo pasar. Lo
que está claro es que nuestra percepción del correr del segundero es imprecisa,
basta estar disfrutando para que corra o sufriendo para que parezca estático.
El segundo que dura una caída parece eterno, los diez minutos que dura su
atracción favorita para tu hijo no son nada. El movimiento se vive más veloz
que el estatismo, la ida es más lenta que la vuelta, la vida acelera conforme
envejecemos… El tiempo es una ciencia compleja
.
El «efecto viaje de vuelta», se refiere a la percepción de
que en el mismo recorrido, en un sentido y al contrario pero con la misma
longitud y bajo las mismas condiciones, el viaje de ida siempre nos
parecerá más largo. Los investigadores han
demostrado la relación entre la percepción del tiempo y los
índices fisiológicos. Los resultados sugieren que el efecto viaje de vuelta es
causado por el sistema nervioso autónomo, en particular por el sistema nervioso
simpático.
El psicólogo Niels van de Ven, quien ya había
experimentado lo mismo en el pasado, cree que el efecto viaje
de regreso se origina a partir de "una violación de las expectativas”.
"La gente es demasiado optimistas acerca de un viaje, después de lo cual,
cuando efectivamente lo hace, siente que fue bastante largo. Entonces, al
regresar, ya va con la percepción contraria: ‘va a tomar mucho tiempo de nuevo'
y bajo esa percepción después resulta que no se siente tan malo”.
Sin embargo, hay miles de formas menos conocidas en las que
nuestra percepción del tiempo se modifica también, y los científicos están
descubriendo más todo el tiempo. Por ejemplo, en un estudio publicado en
2011, Sylvie Droit-Volet, un neuropsicólogo de la Université Blaise Pascal, en
Clermont-Ferrand, Francia, y otros tres coautores, mostraron imágenes de los
dos bailarinas a un grupo de voluntarios.
Los resultados fueron consistentes:
la bailarina en arabesque —una
posición de ballet—, la más dinámica de las dos, parecían durar más tiempo en
la pantalla, aunque tanto la estática como la dinámica permaneciesen lo mismo.
En posteriores estudios también han probado con el movimiento, no figurado sino
efectivo, descubriendo que cuanto más rápido se mueven las formas, más
grande es la distorsión del supuesto tiempo que permanecen.
En cuanto al paso de la vida en general, hay unas
pocas teorías. Quizá sea lo que dice Maximiliano Kiener. Utilizó una línea de
tiempo interactiva para argumentar que cuantos más años estamos
vivos, menor es el porcentaje que un año representa en comparación con el
total.
También existe un libro titulado “Why Life
Speeds Up As You Get Older: How Memory Shapes our Past”, cuyo tema
es por qué la vida se acelera a medida que nos hacemos mayores.
Según
Douwe Draaisma, el efecto parece causado por las experiencias, pero no por la
proporción que representan sino porque llega un punto donde ya no hay nuevas.
Del mismo modo que al visitar lugares de la infancia, comprobamos que antes nos
parecían enormes y ahora nos parecen pequeños, probablemente porque nosotros
somos el doble de grandes, la misma analogía explica por qué los veranos ahora
pasan volando mientras que a los quince resultaban largos. Un efecto colateral
de la «falta de novedades». Sostiene que se graban solo las novedades, y en
ausencia de estímulos novedosos el tiempo se graba muy fraccionadamente, lo que
nos da la impresión de que corrió rápido y no pasó nada.
Aunque, por supuesto,
los minutos y las horas siguen pareciéndonos más o menos igual de largos, la
teoría sostiene que vivir en una constante búsqueda de nuevas experiencias
alarga la vida, aunque sea en apreciación.
Si bien, no obstante, también parece que hay un mecanismo más grande y
más preocupante para que las acciones voluntarias influyan en la percepción del
tiempo. Por lo general, surgen distorsiones de duración debido a la forma en
que perciben ciertas propiedades físicas del estímulo. Si se observa una luz
que parpadea cada décima de segundo y al mismo tiempo se escuchan una serie de
sonidos un poco más lentos que esa velocidad, parecerá que la luz parpadea al
ritmo de la música lenta. Esta distorsión podría ser culpa de la forma en que
nuestras neuronas se conectan: muchas ilusiones temporales son en realidad
ilusiones audiovisuales.
Bajo esta premisa, hay una reciente serie de experimentos
más. Sujetos observaron imágenes de caras, cada una de las cuales era neutral o
expresaban una emoción básica —como felicidad o ira—. Se les dijo que cada
imagen permanecía en una pantalla un tiempo determinado: o 0,4 o 1,6 segundos,
y se pidió al espectador que dijera si la imagen se prolongó durante el tiempo
"corto" o "largo”. Consistentemente, los espectadores decían que
las caras felices parecían durar más que las neutras y las enojadas o temerosas
más tiempo todavía. Para los niños, además, las caras enfadadas duraban aún más
que para los adultos. Sin embargo, todas las imágenes duraron lo mismo.
El ingrediente clave parece ser una respuesta fisiológica
denominada “excitación” en psicología, que se refiere al grado en el que el
cuerpo se está preparando para actuar de alguna manera. El estándar es que la
ira es la emoción más excitante, tanto si se observa como si es el mismo sujeto
el que está enfadado, va seguida por el miedo, la felicidad y la tristeza. La
excitación se cree que acelerar nuestro metrónomo interno y hace que las
imágenes emocionalmente cargadas parezcan durar más tiempo.
Dije peligroso porque, si extrapolamos esta situación,
explicaría por qué unos pocos meses de catástrofe familiar representan un cacho
tan grande en nuestra memoria y nos marca más que años y años de otras cosas.
Es más, indicaría que rodearnos de unas personas u otras, modifica nuestra
percepción temporal. Está diciendo que el tiempo es contagioso
.
Ya hemos hablado de que nuestras
expresiones nos construyen, nos sentimos como aparentamos
sentirnos, pero también varios estudios han encontrado que los sujetos
imitan la expresión facial que tienen delante, incluso cuando, a través de
engaños de laboratorio, no son conscientes de que están viendo una cara.
Este
mimetismo induce a la activación fisiológica y nos ayuda a percibir las
emociones de los demás, es el componente básico de la empatía. Si ves a un
amigo enfadado, literalmente, sientes lo mismo. Y, sí, lo mismo ocurre con su
sentido del tiempo.
En los últimos años, Droit-Volet y otros han demostrado que
cuando encarnamos la emoción de otra persona, encarnamos las distorsiones
temporales que vienen con él también.
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