El verdadero valor de una persona no se encuentra
en su inteligencia, ni en sus talentos, ni en sus habilidades,
ni siquiera se encuentra en sus principios …
El auténtico valor de una persona, el más valioso,
el que es exclusivo, inconfundible, el que es innato al gran ser humano, es esa
capacidad tremendamente generosa de situarse en el lugar del otro, de olvidarse
de uno mismo, de sustituir el YO por encima de todo a él TÚ como una misma
parte.
De postergar ser el centro del universo por empatizar con tus
semejantes. De aparcar la falsa necesidad de nuestro ego por la
bondad de prestar ayuda a los demás. De desatender nuestros arduos deseos por
atender los deseos de los que de verdad te necesitan en ese momento.
Esa cualidad, que es tan escasa en la actualidad, es la que
más valor tiene, porque en un mundo tan superficial y caótico como es
el actual, donde cada cuál camina en soledad y mira por si mismo, es
realmente difícil encontrar a personas que no solamente se preocupen por ti
sino que se ocupen de hacerte sentir feliz.
Sentir empatía requiere de un grado de atención
cuantioso, de un esfuerzo extraordinario de observar al otro.
Seamos más humanos y desarrollemos nuestra empatía,
situémonos en el lugar del otro e intentemos comprenderlo en cada
situación. Las relaciones humanas funcionarían mucho mejor si
practicáramos la escucha activa desde nuestro corazón y
apreciáramos de verdad los sentimientos y necesidades de
los demás.
Pregúntate todos los días, ¿qué puedo hacer hoy para
que tú te sientas mejor?
“Quien escucha con el corazón encuentra la armonía entre la
palabra, el gesto y el silencio”
(J. Bermejo)
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