El origen de muchas de nuestras decepciones está en esperar a que los demás actúen como
nosotros mismos lo haríamos. Aguardamos la misma sinceridad, el mismo altruismo
y reciprocidad, pero sin embargo, los valores que definen nuestro corazón no
son los mismos que habitan en mentes ajenas.
William James, filósofo, fundador de la psicología funcional y
a su vez, hermano mayor de Henry James, comentaba en sus teorías que una forma
muy sencilla de encontrar la felicidad, reside en el hecho de minimizar
nuestras expectativas. Cuanto menos esperes, más puedes recibir o
encontrar. Es un razonamiento sin duda algo controvertido, sin embargo, no deja
de tener su lógica.
No esperes nada de nadie, espéralo todo de ti mismo, de este
modo, tu corazón almacenará menos decepciones.
Todos tenemos muy claro que en lo que
respecta a nuestras relaciones, es inevitable no tener expectativas. Esperamos ciertos
comportamientos y anhelamos aspectos como ser queridos, defendidos y valorados.
Ahora bien, eso no quita que, en ocasiones, estas previsiones nos fallen. Quien
espera demasiado de los demás suele acabar herido en algún detalle, en algún
matiz, de ahí, que valga la pena tener en cuenta una serie de aspectos.
Padres y madres que esperan que sus hijos actúen de un modo determinado, parejas que lo
esperan todo de sus compañeros/as sentimentales, y amigos que aguardan que les
apoyemos en cada cosa que hacen, aunque en ocasiones, vaya en contra de
nuestros valores. Todas estas situaciones tan comunes son claros ejemplos de lo
que se conoce como “la maldición de las expectativas”.
En ocasiones, hay quien llega a creer que lo que él o
ella piensa, siente y juzga es algo casi “normativo”, e incluso llega a
colocar un listón tan alto en lo que se refiere al concepto de amistad, de amor
o de familia, que nadie logra alcanzar dichas cumbres y, por lo tanto, la
decepción recae en ambas partes.
La clave, como siempre, está en el equilibrio
y ante todo en la necesidad de ser realistas.
Queda claro que hay determinados tipos de expectativas
que entran dentro de lo que es esperable (la no traición, la sinceridad, el
respeto, la fidelidad…) todo ello son pilares que sustentan las relaciones
positivas y saludables. Sin embargo, en cuanto alguien se obsesiona con la
“excelencia” del vínculo, ya sea en materia afectiva, paterno-filial o de amistad, aparece la frustración, el resentimiento o incluso la
ira. Es algo a tener en cuenta.
Nadie es ingenuo por necesitar ver siempre el lado bueno de las
personas. Tenemos derecho a verlo, a buscarlo e incluso a promoverlo,
pero con cierta cautela, con cierta prudencia. Porque la decepción es la
hermana de las grandes expectativas, así que siempre será más adecuado “no
deslumbrarnos” antes de hora y usar las gafas de la objetividad y el realismo
más sereno.
“Un hombre debe ser lo suficientemente grande como para
admitir sus errores, lo suficientemente inteligente como para aprovecharlos y
lo suficientemente fuerte para corregirlos”.
-Khalil Gibran-
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