Cuentan de un hombre al que se le dio un aparato para que lo
armara; poco después el gerente cayó en la cuenta de que se le había olvidado
entregarle el papel con las instrucciones. Y volvió para excusarse y entregarle
el papel. Para su sorpresa se encontró con el aparato armado y funcionando. “No
importó mucho no tener las instrucciones, le informó el hombre. No hubieran
servido de mucho, porque no sé leer. Por suerte soy consciente de que el que no
sabe leer tiene que saber pensar”.
No se trata naturalmente de criticar los programas de
alfabetización, ni mucho menos. Se trata de señalar el fracaso de la educación
en general. Cada vez se invierte más tiempo y más dinero en mayor número de
gente sin que se vea por ningún lado los resultados.
Nuestra cultura no ha tenido mucho éxito; nuestra educación,
nuestra política y nuestra economía conducen a la guerra; nuestras medicinas no
han acabado con las enfermedades; nuestra rebelión no ha abolido la usura y el
robo; nuestro decantado humanismo permite aún que la opinión pública apruebe
los bárbaros deportes de la caza, la pesca, las corridas de toros, el boxeo y
las peleas de gallos; nos amenazan nuevas guerras mundiales; los progresos de
la época son meros progresos mecánicos, en radio, televisión y electrónica,
satélites artificiales y aviones de propulsión a chorro.
Cada día estamos más informados y conocemos más
cosas. Y, sin embargo, los problemas por resolver son también cada día más
abrumadores: cómo vivir en paz, cómo alimentar y vestir una población cada día
más numerosa, cómo persuadirla para que no crezca con excesiva rapidez y cómo
educarla. No se enseña a los jóvenes cómo usar la información en forma
creadora. Formamos autómatas, no personas con iniciativa, imaginación y
confianza en sí mismos, dispuestos a enfrentarse a los problemas con sus
propias ideas.
Y es claro que el hombre educado, el hombre
verdaderamente triunfador, el hombre libre y feliz, el hombre provechoso para
su patria y la sociedad no es el que más conocimientos tiene, sino el que sepa
utilizar mejor esos conocimientos, valga decir el que sepa pensar. Y eso,
pensar, es lo que no sabemos.
Solo el pensamiento puede hacer al individuo
realmente libre, verdaderamente independiente y sólidamente feliz. Nada hay más
interesante para los humanos que la actividad humana. Y la actividad más
propiamente humana es pensar. Pensar es el método, propio únicamente del
hombre, de evadir, esquivar o vencer, mediante la reflexión, los obstáculos
que, de otro modo, tendrían que atacarse con la fuerza bruta.
No podemos vivir humanamente sin ideas. De ellas,
de nuestro pensamiento depende lo que hagamos. “Nuestros actos siguen a
nuestros pensamientos como la rueda de la carreta a la pezuña el buey”, dice el
proverbio hindú.
Claro que esto supone que nos liberemos de muchos
prejuicios, de muchas ataduras, de muchísimas esclavitudes. Esto supone, como
dijera Ortega, una reforma de la inteligencia. Ser no es tener. La vida del
hombre, la felicidad del hombre no es lo que tiene.
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