lunes, 19 de febrero de 2018

LA INTUICIÓN



Tenemos en nuestro poder un gran potencial, todavía no manchado con defectos de nuestro mundo. Es natural como un niño y nos preserva en un primer momento de aquello que podría ser nocivo para nuestra integridad.

Pero... ¿por qué no la atendemos?, ¿por qué no le prestamos atención?
Se halla libre de todo juicio al tiempo que unida a nuestras predicciones, aquellas que a menudo esbozamos en silencio tras confirmar una noticia que ya suponíamos.

A pesar de estar formada por lo mejor, seguimos sin darle adecuado crédito. Es rápida y no se halla teñida con mecanismos de defensa que protegen nuestro indefenso yo. ¡Qué curiosidad! Las defensas protegen al yo privándole de la única posible y real: la intuición.

Uno de los mecanismos para defender nuestro estimable Yo es la negación de una realidad. Si ese hecho llegara a nuestra conciencia tal y como ha sido presentido, probablemente nos llenaría de angustia o desasosiego. Y precisamente la justificación de la actuación de la negación es impedir que cualquier realidad sea mal vivida para el ser humano.

La gran virtud de la intuición es justamente que surge previa al proceso de enmascaramiento de la realidad. No se saca ningún provecho con ella a pesar del gran beneficio que podría reportarte si te acostumbraras a percibir sus señales o indicaciones.

La intuición ayuda al ser humano a captar una situación, hecho o persona que podría ser perjudicial. A menudo el miedo a que nuestra intuición tenga una justificada realidad nos hace bloquearla, negarla obstaculizando su reflexión.

Argumento e Intuición
Cuando un ser humano ha estudiado un cierto tema por un tiempo determinado, gradualmente se da cuenta de que el tema reviste cierta importancia dentro de su mente. La opinión que se forma del tema, es la resultante de concentrar los muchos detalles aprendidos.

Los detalles no se hallan presentes en la opinión a pesar de haber ayudado a que esta se formara. Luego de que el hombre ha estudiado un tema con suficiente dedicación y profundidad se puede decir que lo entiende. 

Siempre que se discuta algo referente al tema en cuestión el hombre juzgará el valor de las opiniones de los demás, según los dictados de su propia intuición. Así sabrá intuitivamente si un determinado expositor está en lo cierto.
La actitud de este hombre respecto de aquellos que discuten el tema que él conoce tan bien, debería ser de tolerancia y de paciencia. Cualquier cosa que se diga sobre el tema debería ser analizado con justicia.

Ahora supongamos que alguien con un evidente conocimiento superficial le contradice y exhibe numerosos argumentos en contra de sus opiniones. Estos argumentos no tendrían peso frente a el, porque su intuición le dice que son falsos.

De hecho, muy poca verdad se puede obtener por la argumentación. De esta resulta la agudización de las facultades mentales y un mayor conocimiento de los hechos. Pero, por tales medios las personas no pueden llegar al conocimiento interno de las cosas, el cual es superior a la mera reunión de eventos y situaciones.

La pequeña y silenciosa voz de la intuición no puede escucharse de las palabras en desacuerdo o de la discordancia de dos mentes. Solamente en el silencio puede oírsele; y es tan sutil que se desvanece tan pronto se pronuncian las palabras.


En la meditación, uno se vuelve intuitivo, y se acerca a la verdadera fuente de la real verdad... la suya. Ve y comprende el significado interno de las cosas. Que tosco, desagradable y burda es la argumentación cuando se le compara con el sublime proceso de la intuición. 

Claro está, que el origen de donde manan nos da la clave. Mente y espíritu.

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