Ni los siglos ni las luchas sordas y ciegas consiguen
enderezar la condición humana y
convertirla en goce. Y no me refiero a la dicha liviana de la abundancia ni al
orgullo de la fama. Sólo aludo a la esencia competitiva que palpita en cada
persona y fatalmente se expande en los demás hasta formar multitudes, pueblos,
naciones enfrentadas en el crimen de la guerra.
El gran saqueo
Como si el único destino del Hombre estuviera
sellado sobre el fatalismo, es absurdo imaginar la paz. Toda negociación es un
retrato anticipado del fracaso.
Ahí tenemos la muerte programando su nueva
victoria en tierras de Oriente, al ritmo de las armas que fabrica, incansable,
el Occidente "pacifista”. Otra comedia brutal está abriendo su telón.
Mientras tanto, la estrategia de los rivales de hoy, es que en ambos sectores
preparan la reconstrucción de los daños (segunda etapa de endeudamiento). El
negocio es completo para los patrones del mundo. Ellos encienden las ciegas y
sordas luchas entre pueblos inocentes. Levanta estatuas a los asesinos
meritorios.
Hombre desteñido
Pero el ser humano, saqueado en su individualidad,
se destiñe y va resignando su condición más orgullosa y entrañable. Tanto fuego
de artificio va disolviendo la inteligencia de todos, sustituyéndola por una
tormenta de estafas que embriagan las sensaciones primarias y montan el
esqueleto del progreso.
Toda esta arquitectura del ilusionismo, sin embargo, se
derrumba cuando alguien (desde su estatura social, sea cual fuera) descubre su
soledad y a partir de ella reconoce el desvalor de su existencia y se desbarranca
hacia el peor de los abismos.
Los anónimos
Allí, apenas podrá cruzarse con un ejército de
seres anónimos, renovando su muerte y su olvido. Y mientras el Hombre no busque
la redención del amor más humilde, la única señal del más allá, seguirá
deambulando a tientas.
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