EL CONFLICTO DEL OCIO Y LOS CAMBIOS SOCIALES El título de la
ponencia representa en sí mismo una declaración de intenciones porque si
entendemos el ocio como esparcimiento y diversión y la diversión como espacio
de distensión y relajación de los individuos, no debería de representar ningún
problema para la convivencia ciudadana.
Pero no siempre es así, de ahí que debamos calificar el ocio
que todos deseamos como ocio inteligente. Y es que parece que estemos hablando
de dos tipos de ocio. Por un lado parece que la diversión sea trasgresión
sistemática de la convivencia y el orden establecido y, por otro lado hablamos
del ocio inteligente que consiste en disfrutar de esos momentos de disfrute y
relajación de las obligaciones laborales, de una manera respetuosa para con los
demás.
Pero en el fondo esta afirmación es una falacia, no existen
dos tipos de ocio tan diferenciados, como la gente no se divide en buena y
mala, sino que todos tenemos buenos y malos momentos, si bien es cierto que
siempre hay algunos que tienden a buscar los límites de la convivencia, tanto
en esta actividad como en cualquier otra. Lo que existen son MODELOS DE OCIO,
por un lado tendríamos el carácter mediterráneo o extrovertido, en el que los
individuos tienden a ser más abiertos, más sociables, frente a un modelo, más
individualista y consumista.
En nuestra cultura mediterránea nunca ha sido lo normal el
no compartir con los amigos los momentos de ocio, para nosotros eso siempre ha
sido así, de ahí el carácter lúdico-festivo de nuestra tierra. Además estamos
en un momento de ruptura entre dos estilos de vida: la cultura del trabajo y la
cultura del ocio,
las sociedades que vivían por y para el trabajo están dando
paso a otra cultura en la que si bien el trabajo es importante, ya no acapara
todos los días de la semana he incluso la jornada laboral diaria tiende a
acortarse para disponer de más tiempo para el ocio, un ejemplo, la tendencia de
las 35 horas semanales.
Nos toca vivir en un momento de cambio que, si bien es
lento, es también inevitable, ya que la mecanización de los procesos
productivos no necesita tanta mano de obra y dejan mucho tiempo de ocio a la
clase productiva.
El debate se suscita en relación a cómo debe ser la correcta
utilización del tiempo de ocio y los retos y oportunidades asociados a su
correcta ordenación y regulación. Por un lado debemos reflexionar sobre la
generación de más oportunidades laborales en el sector de servicios, sobre todo
los relacionados con el ocio, los servicios y el turismo en general y, por otro
lado, sobre la mayor calidad de vida vinculada a la mayor disponibilidad de
tiempo y recursos para realizar esas actividades.
Solo hay que darse una vuelta
por cualquier ciudad para comprobar que los espacios de ocio no solo son para
los más jóvenes – tradicionales consumidores del ocio, especialmente del ocio
recreativo-, sino que se ha producido una diversificación de la oferta de ocio
por edades. En este sentido ya no es raro ver a la población adulta y madura
disfrutando en la calle de su ocio, los fines de semana.
Además este nuevo mercado del ocio recreativo está dando un
salto cualitativo en el que es posible ser un ciudadano alemán y el viernes
tarde abordar en Berlín un avión y pasar el fin de semana en muchas ciudades
españolas por un precio casi simbólico. Si bien esto es bueno para la
concepción de la identidad europea, para los negocios vinculados al ocio y para
el mestizaje cultural, también es cierto que nos proporciona un nuevo concepto
de población flotante fuera del periodo estival, que puede poner de moda
algunas ciudades españolas, básicamente por su clima y por su oferta
recreativa, y esto a su vez traer una mayor masificación a los espacios de
ocio.
Conociendo esta tendencia, se nos presenta un nuevo reto,
resultado de la fusión entre todas las variables que hemos comentado: los
modelos recreativos y consumistas, el cambio de la cultura del trabajo a la del
ocio, los nuevos mercados del ocio, la generación de riqueza y de puestos de trabajo
etc.) que debe ser abordado con el mayor rigor, si no queremos que una
oportunidad histórica e irrepetible para el desarrollo económico y social de
nuestro país se vuelva en nuestra contra. Es imprescindible convertir el ocio
en una actividad de consenso, que resuelva el déficit de convivencia y sobre
todo de concienciación ciudadana sobre el impacto del ocio.
Cuando una parte de la ciudadanía sale a divertirse, otra
opta por quedarse en su casa y cuando las zonas de ocio están debajo de estas
casas y existe una masificación de público, se produce un impacto acústico y
unas molestias vecinales derivadas de consumos abusivos de alcohol, problemas
de drogodependencias, de seguridad vial,.... en fin de convivencia. Y si esto
se produce en zonas como son los centros históricos que padecen con frecuencia
un elevado grado de deterioro urbanística y/o de marginación social, falta de
infraestructuras, dotaciones de servicios etc., normalmente el ocio aparece
como el principal responsable de un problema que, en realidad es estructural.
los estudios realizados sobre los hábitos sociales de
nuestros ciudadanos son claros: El ciudadano asume su responsabilidad y su
falta de civismo como principal responsable del impacto del ocio y,
paradójicamente, exige que se pongan en marcha campañas de sensibilización y
todo tipo de iniciativas que incidan en la responsabilidad del usuario del ocio
en la buena convivencia urbana.
El principal objetivo de estas acciones no puede ser otro
que el de promover un clima de reflexión en conjunto de la sociedad sobre las
necesidad de que cada uno de nosotros asuma su responsabilidad en la
construcción de la correcta convivencia ciudadana.
Todo esto es bastante fácil de decir, pero ¿cómo lo hacemos?
quien le pone el cascabel al gato. Llegado a este punto y siguiendo las
opiniones de los propios usuarios del ocio y, en general, la mecánica de otros
fenómenos sociales,
las instituciones se encuentran atadas de pies y manos para
poder abordar este tipo de problemáticas. El discurso institucional cada vez se
encuentra más alejado de las prioridades ciudadanas y sus actuaciones se
contemplan cada vez más vinculadas a necesidades electorales.
O lo que es lo mismo, el discurso oficial genera reservas y
escepticismo entre los colectivos sociales que no confían en la bondad de los
argumentos políticos.
En este contexto debe ser la sociedad civil la que cobre
el mayor protagonismo como responsables y líderes de este proyecto, que debe generar
el adecuado clima de concertación social, y en cuyo marco se debe plantear la
implicación de la acción institucional.
Solo mediante la activación de un
debate social abierto y participativo estaremos en condiciones de legitimar un
plan de actuaciones que debe tener, como primer objetivo, generar la
complicidad del ciudadano de la calle.
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