Imagina que por un momento pudieras saltar a otro plano de
la realidad y te sentaras a observar tu vida como un espectador.
¿Crees que te gustaría lo que ves?
¿Crees que te reconocerías y que estarías intrigado por
saber cómo sigue tu historia?
¿O piensas que, si fuera una película, tu vida sería de las
que apagas a mitad porque te quedas dormido?
Un día me hice estas mismas preguntas y no me gustó mi
respuesta. Me encontré viviendo una vida gris, tomando decisiones con
prioridades equivocadas y sin ninguna pasión en el día a día. Una vida que
podría ser perfecta para otra persona, pero seguro que no podía estar hecha para
mí. ¿Cómo podía haber llegado a este punto sin darme cuenta?
Mi yo real aún estaba dentro de mí, escondido en alguna
parte, pero en el día a día casi no podía oírme a mí misma. Sabía que estaba
haciendo un trabajo con el que no me identificaba y para acallar la voz
que no paraba de repetirme que no estaba en el camino correcto, llené mi tiempo
de actividades, de listas interminables de cosas pendientes, de personas y de
ruido.
Estamos cansados de oír que hoy en día el mundo gira muy
deprisa. Que el tiempo es un bien muy valioso y escaso y que estamos demasiado
ocupados. Tanto, que la mayoría de las veces no podemos ni siquiera permitirnos
parar a preguntarnos hacia dónde nos dirigen nuestros pasos. “– Lo siento – te
respondes – no tengo tiempo para eso.”
¿No te parece que antes todo era más sencillo?
De pequeño tenías unos sueños concretos y sabías que para
alcanzarlos tendrías que dar una serie de pasos: acabar el colegio, ir a la
universidad, viajar… Sin embargo, en algún momento empezaste a dudar de esos sueños
y decidiste que por el momento era mejor dejarlos a un lado y centrarte en algo
más productivo. La vida es larga – pensaste – ya tendré tiempo más adelante.
Pero ya nunca te permitiste volver a pensar en lo que
querías hacer con locura y, cuando lo hiciste, siempre fue de manera
melancólica o hipotética. “- A mí me habría gustado ser guitarrero y fabricar
las mejores guitarras clásicas del mundo, pero mis padres me hicieron ver que
era más práctico que estudiara económicas.” Y dijiste adiós a las guitarras y
empezaste a trabajar en un banco.
En algunos momentos de nuestra vida, llevados por algún
estímulo que no suele salir de nosotros mismos, tomamos una decisión errónea
que nos lleva a un sitio en el que realmente no queremos estar. Otras veces, el
camino se complica sin que nos demos cuenta de qué ha pasado y cómo se han ido
desarrollando los problemas. Y un día te das cuenta de que no te sientes
satisfecho con tu vida y empiezas a pensar que necesitas un cambio.
Pero el
estrés, la rutina y el miedo a lo desconocido te paralizan y al final optas por
no hacer nada y sigues recorriendo sin ilusión un camino que sabes que no te
gusta y que te llevará a un sitio al que no te apetece especialmente ir.
Lo bueno de este mundo que avanza tan deprisa, es que
también viene de serie con palanca de freno. Puedes bajarte en cualquier
momento del tren con destino al mundo de otro y subirte en el que quieras.
Nunca es demasiado tarde para intentar hacer realidad tus sueños y cambiar de
rumbo, si te arriesgas, eres paciente y crees en ti mismo.
Nunca es demasiado tarde para ser la persona que podrías
haber sido (George Eliot)
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