No hay duda que la
única vía para la paz y el reencuentro es la comunicación.
Hay que
hablarlo. Aun así, no hace falta hacerlo en ese mismo instante en el que surge
la discusión o el desencuentro, ni tampoco habría que esperar tres días.
Una vez pasada la
tormenta, deberíamos escucharnos a nosotros mismos, reflexionar sobre lo que ha
pasado. Si la discusión se nos ha ido de las manos, hay que analizar el por
qué. Es necesario que seamos conscientes de cual es la parte que ponemos
nosotros para que haya sucedido aquello. Los dos tenemos nuestra parte de
responsabilidad y cada uno debe aceptar la suya.
Hecho esto, podemos
encontrarnos con el otro y hablarlo, pero siempre desde uno mismo. No debemos
culpar al otro sino que cada uno debe hablar de su parte, de lo que siente, de
lo que piensa sobre lo sucedido y de lo que cree que hay que modificar.
Siempre desde el
respeto y el amor, ya que si cuando discutimos faltamos al respeto al otro o le
decimos cosas que no le queríamos decir, tendremos pocas posibilidades de
hacer crecer la relación de una manera sana.
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