Los humanos somos
unos creyentes empedernidos, particularmente aprendimos a creer en aquellas
anécdotas que se fueron construyendo desde nuestra niñez, y aun sin que nunca
se confirmaran, cada creencia – ya de adultos-, fue convirtiéndose en verdades
absolutas. Y lo cierto es que aun desconociendo los efectos de esas “supuestas
verdades”, aquellas creencias, -de toda naturaleza- terminaron en ser los
pequeños monstruos que llevamos dentro, y tal vez, en lo que hoy llaman,
traumas psicológicos y bloqueos mentales.
Tenemos miedo, si
aceptamos la teoría de que Dios castiga, si aceptamos que las relaciones de
parejas, pertenecen como derecho de cada ser humano, a elegir sus preferencias;
miedo igual, si cada quien práctica sus creencias religiosas, políticas y
culturales y continuamos teniendo miedo, hasta si aceptamos que en esa tonta e
inicua mesita de votaciones cada votante, con papel en mano, puede elegir a los
candidatos o candidatas en las elecciones políticas de su país; sin que nadie
intervenga en sus decisiones para –en efecto- elegir en forma secreta.
Así que siempre
existe el miedo a algo que sigue siendo innombrable, a eso que nos impulsa a
decidir probablemente lo que no queremos hacer o decir, pero que lo terminamos
haciendo simplemente por temor a que se descubran nuestras propias e íntimas
convicciones.
A través de la
historia se han construido muchas falacias para insertar el temor entre los
humanos. Crear dominios y agrandar esos miedos, sin que nos atrevamos a romper
las máscaras de la mentira.
Recuerdo escuchar
desde mi infancia la expresión “en casa de ciegos el tuerto es rey”,
Pero la pregunta es: ¿algún ciego se propuso usar el resto de sus
habilidades físicas y mentales para destruir las mentiras del tuerto? Después
de años repitiendo esto, seguimos con la misma lección, sin todavía aprender la
respuesta.
Y justamente,
pasando revista a mis reflexiones anteriores, encuentro que la libertad viene
de quienes se dedican a profundizar. En palabras más simples, me refiero a que
se sienten libres de expresar sus opiniones, sin importar las consecuencias,
quienes se han dedicado a aprender de los grandes pensadores de la historia de
la humanidad, de aquellos que nos dejaron como legado sus pensamientos, para
que a través de ellos, y de un ejercicio de vida sana, pongamos en práctica
aquellas verdades liberadoras que contribuyan a romper con los dogmas
alienantes.
Y de ser así, sin
importar cuán adelantado estemos en términos tecnológicos en el siglo XXI, la
mejor recomendación que podemos hacer, es la de leer, investigar, escudriñar,
revisar y volver a leer, hasta encontrar las respuestas que tanto buscamos;
hasta encontrar el sentido de la vida, el equilibrio terrenal, nuestra paz
mental y la alineación con el universo.
John Scott, en un
artículo de su autoría titulado “El cambio, la nueva normalidad” (El País,
20.1.2016) justamente afirma, que es ya común, que cada día todas las cosas
cambian.
Y de verdad quiero
sentirme al otro lado del miedo e invitarlos a ustedes, mis lectores, a saltar
la cuerda y asumir el reto de la liberación, -cuestionándolo todo- como intento
hacerlo yo cada día de mi vida, hasta descubrir mis propias convicciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario