En la escala
evolutiva de la criatura humana coexisten dimensiones, o niveles de conciencia,
que se manifiestan en el aquí y ahora de su existencia, no obstante, las
vivencias de su día a día, se encuentren extremadamente ligadas o condicionadas
por las secuelas de su pasado, o sus expectativas sobre el porvenir, en el
sentido de transitar el hoy, como si fuese un simple paréntesis, entre lo que
ha sido y lo que se anhela poder ser.
En nuestros días,
la sociedad en su conjunto se plantea diversas medidas atinentes a disminuir el
alto grado de violencia manifiesta en la actitud de los menores de edad,
actitudes que suelen traer consigo desbordes calificados como inaceptables para
la convivencia armónica en una sociedad que se precie como civilizada y
progresista.
Lo interesante de
estas discusiones es que parecen haberse enfocado en un solo aspecto, entre los
que pretenden bajar la edad de imputabilidad de los menores y aquellos que
manifiestan que tal medida - bajar la edad de imputabilidad – no
resolvería para nada el problema y que además, pondría al país en conflicto con
las normas internacionales vigentes sobre los derechos del niño y el
adolescente.
De manera que oímos
argumentaciones sobre la edad más conveniente para imputar conductas a los
infractores a las normas de convivencia social, alegando unos y otros con
argumentos muy sólidos sobre la necesidad de “agiornarse” en cuanto
a los cambios que se han producido en la sociedad, como consecuencia de la
revolución tecnológica y su impacto en las fuentes de información, sobre todo
en lo referente a los “derechos de la minoridad”.
Nos enfocamos en
los derechos de cada uno, y descuidamos todo lo relacionado con las
obligaciones que el ejercicio del derecho implica, cuando llegamos a este punto
nos situamos en la frontera de dos dimensiones , que bien podríamos llamar, “la
puerta de la partida doble” vale decir: los derechos se compensan con el
cumplimiento de las obligaciones asumidas en el mismo acto, ambos valores suman
iguales, cualquier diferencia entre ambos, significará que hemos caído en el
incumplimiento o incurrido en el abuso.
Hemos aprendido que
el ser humano es un ser esencialmente social, lo que significa que
su sobrevivencia, el simple hecho de estar vivo, es consecuencia ineludible de
la acción y voluntad de otros congéneres, quizás otros seres vivos puedan nacer
y desarrollarse en soledad, pero en nuestro caso, si estamos en
condiciones de actuar como humanos, será indefectiblemente por causa de que
otros humanos de alguna forma lo han hecho posible, no obstante lo evidente de
este enunciado, vivimos en un mundo donde no hemos alcanzado la dimensión del
agradecimiento y la gratitud hacia los que han hecho posible que
tengamos alguna noción del verdadero significado de “Ser”
Desde el principio
de los tiempos, se nos han inculcado algunas enseñanzas que aún, no obstante el
tiempo transcurrido, no hemos logrado comprender en toda su dimensión, nos
referimos al conocimientos de nuestros orígenes y nuestra razón de ser en este
planeta que nos acoge como residentes eventuales, como pasajeros en tránsito
hacia otras latitudes, cuyo pasaje marca claramente la fecha de llegada pero
que nada específica sobre el día, la hora de la partida y hacia dónde nos
dirigimos.
El pensamiento
religioso, nos indica que somos “almas vivientes” y cuando preguntamos ¿Qué es
el alma? Nos responden que el alma es la conjunción del cuerpo físico, heredado
de nuestros padres terrenales, y el espíritu, el cual es nuestro verdadero Ser,
que ha venido a este mundo directamente de la presencia de Dios.
Otra vez en forma
implícita se nos dice que venimos de otro lado, lo que vale decir que somos
extraterrestres, y que en este estado en el cual nos encontramos, ocupamos,
como medio de transporte, un cuerpo físico, o sea: tenemos un cuerpo, pero no
somos solamente el cuerpo, como si el cuerpo no significara otra
cosa que un vehículo en el cual nos conducimos por la vida, al igual que
cualquier automóvil, que por mejor modelo que sea, por mayor equipamiento que
posea, si no nos introducimos dentro de él, sería incapaz de movilizarse.
Los que hemos
adquirido un automóvil para desplazarnos, tendremos que de alguna forma
aprender a usar sus comandos, demostrando por medio de exámenes y pruebas de
aptitud que estamos en condiciones de conducirlo, solamente entonces se nos
permitirá integrarnos al tránsito vehicular conjuntamente con otros medios de
transporte, y una vez habilitados para hacerlo, se nos impondrán
severas normas de control que nos indicarán por medio de señales bien precisas,
los derechos y las obligaciones que deberemos respetar al transitar.
Entonces, la
primera lección que debemos aprender los humanos, es que el vehículo que
utilizamos es una herencia, un legado, que somos usufructuarios de un bien, que
no hemos pagado por él, y que para utilizarlo, deberemos demostrar que estamos
en condiciones de conducirlo, nadie nos pide una licencia de habilitación, pero
el mero hecho de intentar desplazarnos, por la senda donde otros congéneres
transitan ,implica que asumimos la responsabilidad de respetar las normas
establecidas para una correcta circulación.
El grado de
evolución de nuestra conciencia se evidencia en nuestro comportamiento social, en
nuestra relación con el o los otros que componen nuestro entorno, ¿cuándo? En
el aquí y en el ahora, no es refugiándonos en los hechos del pasado ni
postergando nuestro accionar para lo que vendrá en el futuro, los hechos del
pasado ya fueron y el porvenir sencillamente no existe, de manera que si hoy no
disfrutamos del hecho de estar presentes, si no queremos asumir
nuestra cuota parte en el acontecer diario, el tiempo, que no se detiene,
seguirá con su marcha inexorable, sin tener en cuenta nuestra ilusa pretendida
evasión.
Nuestro retorno,
cuando acontezca, podrá estar pleno de gratitud por la experiencia vivida, por
los aconteceres de cada nueva mañana que se alza, cual imaginario telón de un
escenario, por ser copartícipes, de esta maravillosa obra divina de la
creación, cuyo guión y argumento se transmite de generación en
generación, como las gotas de lluvia o las olas del mar, que nunca serán las
mismas no obstante parecer iguales.
Si por alguna causa
no lo sientes tal como intento describirlo, si tus días transcurren en una
sucesión de reclamos, si te resultan insuficientes, o por el
contrario, como parte de un calendario cuyas hojas se amontonan al borde de la
papelera de tu vida, entonces, amigo mío, tendrás que partir cual parten las
almas en pena, añorando lo que una vez pudo haber sido , vagando en medio de la
inmensidad, cubierto por el polvo del pasado que te
impide de ver la brillante luz con la cual has venido.
Dicen que a buen
entendedor pocas palabras bastan, si la lectura de este artículo te resulta un
tanto difícil de comprender, entonces, deberás buscar en los confines de tu
conciencia, el grado de desarrollo que hayas alcanzado, y cuáles han sido las
dimensiones que tu ser interior ha visitado.
Una mañana, hace
muchos años, en el mes de setiembre, en mis tiempos de juventud, estuve sentado
en la orilla del mar observando a un grupo de personas, que esperaban
reverentes, el amanecer, cuando los rayos del sol emergieron en el horizonte,
todos rompieron el silencio con esta solemne expresión: “Yo permanezco”.
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