La presencia de cualquier individuo, de cada individuo, de
todos los seres individuales, tiene un efecto sobre la realidad de suma
trascendencia. Ahora bien, cuando los individuos se reúnen con una intención,
con una voluntad consciente, con un fin, el orden de su impronta adquiere
mayores rasgos de realidad. De esta manera, la vida colectiva es el resultado
de la interacción de los poderes individuales y potencia los efectos que las
acciones individuales tenían en solitario.
Pero para llegar a la conciencia de grupo es necesario que exista una complicidad entre los individuos, una ley interna que les haga sentir el impulso a la creación colectiva, a la necesidad de pasar desde el objetivo del yo al objetivo del nosotros.
El nosotros es tan natural como el yo, pero sólo se produce en la madurez del espíritu. Se concreta cuando todas las batallas del individuo se han ganado... o se han perdido, según se mire.
Tener conciencia de ser chispa en un haz de luz, que se es miembro de un colectivo, que se pertenece a un empeño, que nuestra presencia favorece los objetivos de una colectividad, que se está engarzado a un proyecto concreto, que existe un destino común, en definitiva, creer en “el nosotros”, da un giro fundamental a nuestra vida. Todo eso propicia un salto de perspectiva, da eficacia a nuestras acciones y permite que la identidad se fortalezca.
Ser y pertenecer son dos realidades que se nutren. Yo soy cuando pertenezco. Mi poder está ahí, mi fortaleza viene de ahí, mi supervivencia depende de eso. Nosotros somos cuando nos pertenecemos, cuando se ponen en común las capacidades, cuando entregamos lo que somos como “yo”, para que otro sea también una pluralidad.
Conexiones sin límites
La individualidad adquiere así dimensiones con conexiones sin límites. Ya no existe una frontera conocida, las posibilidades de realidad se suceden, se mutan a una velocidad que no admite el control o el freno de un poder ciego.
El ego se desnaturaliza para ser un yo consciente. La conciencia del somos permite la solidaridad porque el interés del yo está en el nosotros. Favorece la creación porque la creatividad emerge como fuerza imparable, por la colaboración de todos en las tareas de todos.
Esto no es únicamente un acto de la voluntad, es también una conciencia de realidad. Conciencia de estar mirando desde un punto del cosmos y encontrar que toda realidad individual es dependiente, tengamos, o no, la intención de colaborar en nutrirla. Si colaboras aceptando el ritmo, el latido, los ciclos, las frecuencias con los que la vida se manifiesta, vives una realidad como individuo. Si te sitúas en una posición personalista, creyéndote eje, centro, gobernante del devenir de los acontecimientos, vives otra distinta.
Ahora bien, colabores o no, tengas conciencia de lo que eres o no, te entregues o te resistas, duermas o estés despierto, te ilusiones con una posibilidad o aceptes las posibilidades ilimitadas, siempre estás perteneciendo. No eres si no existen los otros.
Esto no es una renuncia a lo concreto, a lo pequeño, a lo individual. Esto es la aceptación de lo absoluto, de lo inmenso, del todo. Es conciencia del movimiento permanente, del vínculo a toda la realidad densa y sutil que nos proporciona consciencia de ser y sentido al existir.
Movimiento único
El barco en el que navegamos no es distinto al mar en el que se navega. Las alas con las que vuela el pájaro no están separadas del aire dentro del cual se mueve y que le presenta resistencia a su movimiento. La apariencia será de lucha contra el medio que nos envuelve, pero en realidad es de colaboración, porque el medio y aquel que lo observa, lo atraviesa, lo transforma o, simplemente, se deja llevar por él, como hacen las hojas movidas por el viento, están latiendo con el mismo ritmo. Hay una misma fuente de donde se nutren, un solo corazón que bombea su vitalidad, un único impulso, una única voluntad, a pesar de las apariencias.
Dar el salto desde la perspectiva individual, desde el mirar situados en un ángulo personal, a imaginarnos sólo como unos ojos, que se asoman a la superficie de un gran manto multidimensional, permite concebirnos dentro de una realidad en movimiento único, que cuenta con nuestra complicidad consciente para mantener el ritmo y producir armonía en su contracción y en su expansión eterna.
Esta visión llevada a lo pequeño, a lo cotidiano, a lo personal, a lo familiar, a lo profesional..., permite reducir el esfuerzo con el que concebimos cualquier empresa; facilita la convivencia y el respeto a las aportaciones de los otros; permite la expansión de las posibilidades de los demás; da paz al espíritu, confianza en las leyes que configuran el cosmos.
Pero para llegar a la conciencia de grupo es necesario que exista una complicidad entre los individuos, una ley interna que les haga sentir el impulso a la creación colectiva, a la necesidad de pasar desde el objetivo del yo al objetivo del nosotros.
El nosotros es tan natural como el yo, pero sólo se produce en la madurez del espíritu. Se concreta cuando todas las batallas del individuo se han ganado... o se han perdido, según se mire.
Tener conciencia de ser chispa en un haz de luz, que se es miembro de un colectivo, que se pertenece a un empeño, que nuestra presencia favorece los objetivos de una colectividad, que se está engarzado a un proyecto concreto, que existe un destino común, en definitiva, creer en “el nosotros”, da un giro fundamental a nuestra vida. Todo eso propicia un salto de perspectiva, da eficacia a nuestras acciones y permite que la identidad se fortalezca.
Ser y pertenecer son dos realidades que se nutren. Yo soy cuando pertenezco. Mi poder está ahí, mi fortaleza viene de ahí, mi supervivencia depende de eso. Nosotros somos cuando nos pertenecemos, cuando se ponen en común las capacidades, cuando entregamos lo que somos como “yo”, para que otro sea también una pluralidad.
Conexiones sin límites
La individualidad adquiere así dimensiones con conexiones sin límites. Ya no existe una frontera conocida, las posibilidades de realidad se suceden, se mutan a una velocidad que no admite el control o el freno de un poder ciego.
El ego se desnaturaliza para ser un yo consciente. La conciencia del somos permite la solidaridad porque el interés del yo está en el nosotros. Favorece la creación porque la creatividad emerge como fuerza imparable, por la colaboración de todos en las tareas de todos.
Esto no es únicamente un acto de la voluntad, es también una conciencia de realidad. Conciencia de estar mirando desde un punto del cosmos y encontrar que toda realidad individual es dependiente, tengamos, o no, la intención de colaborar en nutrirla. Si colaboras aceptando el ritmo, el latido, los ciclos, las frecuencias con los que la vida se manifiesta, vives una realidad como individuo. Si te sitúas en una posición personalista, creyéndote eje, centro, gobernante del devenir de los acontecimientos, vives otra distinta.
Ahora bien, colabores o no, tengas conciencia de lo que eres o no, te entregues o te resistas, duermas o estés despierto, te ilusiones con una posibilidad o aceptes las posibilidades ilimitadas, siempre estás perteneciendo. No eres si no existen los otros.
Esto no es una renuncia a lo concreto, a lo pequeño, a lo individual. Esto es la aceptación de lo absoluto, de lo inmenso, del todo. Es conciencia del movimiento permanente, del vínculo a toda la realidad densa y sutil que nos proporciona consciencia de ser y sentido al existir.
Movimiento único
El barco en el que navegamos no es distinto al mar en el que se navega. Las alas con las que vuela el pájaro no están separadas del aire dentro del cual se mueve y que le presenta resistencia a su movimiento. La apariencia será de lucha contra el medio que nos envuelve, pero en realidad es de colaboración, porque el medio y aquel que lo observa, lo atraviesa, lo transforma o, simplemente, se deja llevar por él, como hacen las hojas movidas por el viento, están latiendo con el mismo ritmo. Hay una misma fuente de donde se nutren, un solo corazón que bombea su vitalidad, un único impulso, una única voluntad, a pesar de las apariencias.
Dar el salto desde la perspectiva individual, desde el mirar situados en un ángulo personal, a imaginarnos sólo como unos ojos, que se asoman a la superficie de un gran manto multidimensional, permite concebirnos dentro de una realidad en movimiento único, que cuenta con nuestra complicidad consciente para mantener el ritmo y producir armonía en su contracción y en su expansión eterna.
Esta visión llevada a lo pequeño, a lo cotidiano, a lo personal, a lo familiar, a lo profesional..., permite reducir el esfuerzo con el que concebimos cualquier empresa; facilita la convivencia y el respeto a las aportaciones de los otros; permite la expansión de las posibilidades de los demás; da paz al espíritu, confianza en las leyes que configuran el cosmos.
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