Solemos defender la libertad de
expresión, aunque no tenemos costumbre de pararnos a pensar si tenemos libertad
de pensamiento. Entendiendo a esta como la oportunidad de tomar una
decisión libre y meditada con la que elijamos nuestros valores sin
condicionamiento cultural, político, social ni económico.
Desde que nacemos, lo habitual es que las personas que
nos cuidan traten de hacernos partícipes de su manera de pensar. Pueden hacer
esto de una manera abierta, manifestándolo directamente, o indirecta, solo
permitiéndonos contacto social con las personas que siguen su misma línea de
pensamiento y no hablando demasiado bien de las que se oponen.
“Si no tienes la libertad interior, ¿qué otra libertad
esperas poder tener?“
-Arturo Graf –
Es difícil saber si somos libres para pensar. Lo cierto es
que estamos condicionados por lo que hemos vivido y habitualmente lo
tomamos como punto de partida para construir el resto del mapa que configuran
nuestros pensamientos. Así, este condicionante ha penetrado tan hondo en
nosotros que puede costarnos una gran cantidad de esfuerzo y
tiempo determinar cuánta y cómo ha sido su influencia.
Esto significa que es difícil opinar o pensar de
una manera distinta a la que estamos acostumbrados. Hacerlo probablemente supondría
poner en cuestión otros aspectos que van más allá de la parcela que nos ha
elicitado ese pensamiento. Sería como arriesgarnos a que ocurriera un
pequeño o gran terremoto.
Sin embargo, pensar libremente sería “salirse” de
cualquier opinión o forma de vida conocida, cuando en realidad, estamos
acostumbrados a coincidir y agruparnos en semejanza de opiniones. Bien
mostrando acuerdo hacia lo que piensan “los nuestros” o bien mostrando
desacuerdo hacia lo que piensan “los otros”.
“Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera
el que no piense como yo.”
-Voltaire-
Sin duda, nuestros progenitores fueron un referente -bueno o
malo- en algún momento. Así aunque más tarde, nos desmarquemos de lo que
nos enseñaron, siempre quedará en nosotros esa forma particular de ver la
vida nuestros padres nos enseñaron. Podemos diferenciarnos mucho de ellos
respecto a tendencias o matices, pero si buscamos en nosotros mismos,
encontraremos valores, opiniones, sentimientos y actitudes, que reconoceremos
en ellos también.
Esto también nos condiciona para no ser “libres” pensando. No
partimos de “cero”, sino desde una educación y de unas vivencias de la infancia que
nos predisponen para enfrentar el resto de acontecimientos que se nos
presenten.
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