jueves, 1 de febrero de 2018

Las Emociones “Fuertes”

Nuestra Historia
Las Emociones “Fuertes”
LOS 50.000 espectadores que abarrotaban el antiguo circo romano estaban ansiosos de que se iniciara la función, pues durante días se había anunciado por doquier como ‘una emocionante experiencia que no debían perderse’.

Aunque las pantomimas, las comedias y la actuación de payasos o magos seguían atrayendo multitudes a los teatros, los juegos circenses eran muy diferentes. Ofrecían escenas tan impactantes que los asistentes olvidaban enseguida la dureza de los asientos y sus preocupaciones cotidianas.

Primero aparecían los cantores, seguidos del sacerdote, con sus vestiduras distintivas. Después, los portadores de incienso encabezaban una procesión en la que se llevaba a los dioses en alto para que los viera toda la concurrencia, dando a entender que auspiciaban los juegos.

Luego venían los grandes números. En primer lugar, quizá se soltaban en la arena avestruces y jirafas, animales que la mayoría de los presentes nunca había visto. Entonces, para el disfrute de un público sediento de emociones fuertes, un gran número de hábiles arqueros acorralaban y daban caza a las indefensas bestias hasta acabar con ellas.

A continuación, la enardecida muchedumbre quizás presenciara un combate a muerte entre dos enormes elefantes cuyos colmillos se habían reforzado con largas y afiladas puntas de hierro. Cuando uno de estos colosos, herido de muerte, se desplomaba sobre la arena ensangrentada, se producía un estruendoso aplauso. Después de este aperitivo, el público aguardaba expectante a que, tan solo unos minutos después, se sirviera el plato fuerte del día.

La concurrencia se ponía de pie al producirse la entrada de los gladiadores, anunciada con un gran despliegue musical. Algunos iban armados con dagas o con espadas, escudos y cascos de metal, mientras que otros apenas llevaban armas ni ropa. Peleaban cuerpo a cuerpo, y el combate a menudo continuaba hasta que moría uno de los dos, o ambos, de acuerdo con las aclamaciones de los espectadores. Según fuentes históricas, en una ocasión se mataron 5.000 animales en cien días, y en otra murieron 10.000 gladiadores. Aun así, las masas pedían a gritos más acción.

Los delincuentes y prisioneros de guerra satisfacían la constante demanda del circo. Sin embargo, como indica cierta obra, “no debemos confundirlos con el grupo de hábiles gladiadores que luchaban armados, ganaban mucho dinero y no estaban obligados a pelear”. En algunos lugares, los gladiadores aprendían a combatir cuerpo a cuerpo en escuelas especiales. La descarga de adrenalina no tardaba en volverlos adictos a las emociones fuertes que les proporcionaba aquel deporte, de modo que sucumbían a esta atracción fatal y luchaban vez tras vez. “Se consideraba buen gladiador a quien había participado en 50 combates antes de retirarse”, concluye la citada fuente.

A fin de sentir emociones fuertes, muchos corren grandes peligros con prácticas como escalar rascacielos sin equipo de seguridad, deslizarse en una tabla por montañas nevadas de 6.000 metros, saltar al vacío con un cordón elástico desde elevados puentes y torres, lanzarse en paracaídas atado a la espalda de otro saltador o escalar precipicios cubiertos de hielo con solo un par de picos de alpinista. “Cuento con perder tres o cuatro amigos al año”, se lamentó una escaladora en hielo. Y estas no son más que algunas de las actividades arriesgadas de mayor popularidad. “El atractivo de los deportes de riesgo —declaró un escritor— reside en la posibilidad de que ocurra un desastre.”

Y la lista no acaba aquí. El número y los tipos de deportes de riesgo que se están popularizando por todo el mundo solo se hallan limitados por la imaginación de quienes los inventan. Un psicólogo prevé que dichas actividades, que sitúan por un momento a sus practicantes entre la vida y la muerte, “serán la mayor atracción deportiva del siglo XXI tanto para el público como para los participantes”.

Científicos y psicólogos admiten que no es natural practicar deportes tan peligrosos. Muchos participantes sufren lesiones que casi acaban con su vida y, en cuanto se recuperan, tras una larga hospitalización o rehabilitación, siguen desafiando a la muerte. Este comportamiento indica que algo no anda muy bien en su cabeza, aunque con frecuencia se trate de personas muy inteligentes.


Los expertos no saben a ciencia cierta qué empuja a estos aficionados a jugarse la vida. Algunos creen que el problema está en el cerebro. “No podemos detenerlos —dicen—; solo intentamos evitar que no corran riesgos mortales, o como mínimo, que no pongan en peligro a los demás.”

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