La individualidad necesaria consiste fundamentalmente en
establecer criterios personales y pensar por ti mismo bajo cualquier
circunstancia [por lo menos intentarlo a diario], en tener una exacta
conciencia de lo personal y educarla en la singularidad, en conocer y
afirmarnos en nuestra responsabilidad ante el mundo y ante nosotros mismos, en
luchar contra la idea de sometimiento a los otros y a las cosas de los otros [y
así no sentirnos nunca víctimas, que es la peor de las condiciones que se
pueden suponer en un ser humano].
En la individualidad uno siempre fracasa solo y el fracaso
del grupo no le afecta porque nunca es su fin el propiciarlo. Tampoco triunfa
uno en la individualidad, solo camina, pues el triunfo requiere de la mirada
exterior y del aplauso ajeno.
La premisa primera es no dejarse llevar por lo exterior
jamás, mantener el camino marcado y no admirar porque otros admiran, ni odiar
porque otros odian.
Después hay que percatarse de que los gozos más intensos
proceden de uno mismo y desencadenan también en uno mismo [el proceso creativo
y estético es quizás la mejor muestra], por lo que hay que cultivarlos hacia
adentro, sin valorar sus consecuencias éticas ni los ajustes a la moral, que
son circunstancias que requieren del grupo, cuando no las impone ese ‘otro’
emboscado y empeñado en someter.
Solo desde estas premisas, desde esta visión individualista
del desarrollo humano, pueden lograse avances revolucionarios que afecten a
todos positivamente, pues la ruptura intelectual del sistema [despreciando su
ética acomodada y su moral cansina] es la única posibilidad tangible de cambio
[y lo demuestra con múltiples ejemplos la historia de las civilizaciones, en
las que brillantes individualidades son capaces de armar giros humanistas de
360 grados en breves plazos de tiempo, giros que redefinen el valor de las
tecnologías y de las artes, de la ciencia y del pensamiento… y, por tanto, de
los sistemas políticos y sus usos].
Sé que desde los diversos pensamientos progresistas de la
izquierda moderna (?) y desde los antiguos postulados de la izquierda obrera
[aquella de los parias de la Tierra] no se entiende la individualidad como un
aspecto positivo del hombre, se la denigra poniéndole el marchamo de ‘liberal’
y propia de cavernícolas conservadores, y eso me duele y me mosquea, porque yo
me siento en ese tono de pensamiento obrero en el que los valores de igualdad,
justicia o solidaridad son camino de libertad y de progreso, valores de alto
humanismo, pero anular al individuo en su desarrollo como tal me parece tan
grave como privarle de todos esos valores para convertirle en la fuerza del
hormiguero.
Creo que hay una individualidad que vibra en esa línea de
pensamiento, sé que la hay y quiero perseverar en ella, empeñarme en sacarla
adelante para mi uso y disfrute, buscarle las vueltas para rebatir esa idea
oscura de que el individualismo es egoísta y egotista. Poder decirle con
argumentos a esa clase que vive ‘cargada de razón’, tanto en sus tramos de
poder como de oposición, que el fracaso de uno no es el fracaso de todos… y que
el triunfo de uno puede ser también el triunfo de los demás.
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