Todos pensamos. A
lo largo de nuestras vidas pensamos de muy diversas formas. A veces, forma
parte de nuestra rutina una manera de pensar casi automática y aparentemente
inconsciente que llevamos a cabo mientras realizamos nuestras tareas
cotidianas.
En otras ocasiones, lo hacemos de un modo más impulsivo, casi
reactivo, una forma de pensar instintiva que a veces nos lleva a sacar
conclusiones precipitadas. Luego está esa forma de pensar intuitiva, cuando se
nos ocurren las cosas sin esfuerzo.
Podríamos hablar
incluso de una forma de pensar distraída, cuando, tal vez porque tenemos prisa,
no prestamos atención o no sabemos cómo hacerlo, se nos escapan gestos mentales
importantes, como no comprobar la exactitud de una afirmación antes de actuar en
consecuencia. Y, finalmente, a veces pensamos de forma eficiente. Muchos de
nosotros no lo hacemos habitualmente. Pero podríamos, y deberíamos hacerlo.
Una cultura de pensamiento se
crea en aquellos lugares en los que el pensamiento individual y de grupo es
valorado y se hace visible, y se promueve de forma activa como parte de las
experiencias cotidianas y habituales de los miembros del grupo (Ritchhart, 2002).Se relaciona
directamente con el aprendizaje y en el marco del enfoque por competencias, con
la competencia de aprender a aprender.
Realizar tareas que requieran utilizar
el pensamiento no necesariamente obtiene como resultado que los alumnos
piensen. Es necesario enseñarles a utilizar habilidades y destrezas. Los buenos
pensadores no sólo tienen habilidades de pensamiento, sino que tienen algo más
(motivaciones, actitudes, valores y hábitos mentales) que juegan un papel
importante en el buen pensamiento y son los que determinan el buen uso de las
habilidades cuando es necesario.
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