El texto es una
expresión del lenguaje humano, un acto comunicativo con sentido pleno, un
vehículo a través del cual expresamos un mensaje a nuestro interlocutor. Para
comunicar ese mensaje de manera efectiva es necesario que el texto cumpla con
requisitos como la progresión temática, la recurrencia y la conexión.
Es decir,
este acto de comunicación no se logra a través de la simple acumulación de
oraciones; debe haber una relación entre ellas de manera que se “teja” una
estructura que dé origen al escrito.
La textualidad es el conjunto de propiedades que nos
permite identificar un texto como tal y diferenciarlo de otro que no lo es.
Entre los factores que nos ayudan a determinar esto destacan la cohesión y la coherencia.
La habilidad para expresar las ideas por escrito, de manera
que lo que escribamos sea reconocido como texto, es difícil de lograr, pero no
imposible. Piensa en el momento en que aprendiste a conducir: al principio fue
necesario que te familiarizaras con las partes del vehículo involucradas, como
el volante, la palanca de velocidades y el freno, entre otros.
También tuviste que aprender el reglamento de tránsito y,
por supuesto, practicar.
Al comienzo tenías que estar muy atento a cada paso
requerido para poner en marcha el vehículo desde introducir la llave hasta
pensar hacia qué dirección girar el volante.
Con el tiempo y la práctica, automatizaste el proceso y
ahora lo puedes llevar a cabo casi sin darte cuenta.
El proceso de redacción es algo muy parecido: necesitas
conocer algunos recursos que dan unidad y continuidad al texto, la función que
desempeñan estos elementos, algunas reglas de uso y, por supuesto, practicar.
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